“Esta película retrata el fin de la era del macho” Alice Rohrwacher Dice Alice Rohrwacher que siente debilidad por “aquello que peramente en la esfera de lo invisible”. Tal vez sea eso lo que acaban haciendo las personas que crean: buscar lo que no se ve, bucear por debajo de la superficie, excavar tumbas. Los artistas como “tombaroli”. Una suerte de rastreadores de la razón poética que habita en el suelo que pisamos y bajo el cielo en el que vuelan pájaros que esconden secretos. Hijos e hijas de Adriana. Hay en la nueva película de la directora de Lázaro feliz muchos hilos, no solo el rojo que une a los enamorados, que nos llevan de la realidad a la magia, del presente al sueño, de lo oculto a lo explotado. Una vez más, la italiana teje un cuento poblado de seres a la deriva, un animalario que se nutre de Fellini y el neorrealismo italiano. Pobres que quieren ser ricos, burgueses con casas que se caen a pedazos, proletarios que nos recuerdan la verticalidad del sistema, hombres qu
La belleza del blanco y negro. La Italia del arte y los deseos, la madre y la madrastra. Nápoles, Roma, Venecia, Palermo. Amalfitanos azules que solo habitan en la mente del que los pinta. El mar es aquí turbio y gris. El fondo del Mediterráneo como amenaza, la playa como un precipicio, el filo del canal como una advertencia. Caravaggio. Un hombre asesinado. Sangre que no vemos roja. Mina. Siempre Mina. El deseo de ser otro y los laberintos de soñar con palacios. Escalones amalfitanos y cortinas venecianas. Entre sombras cualquiera pueda ser otro. Hombres con caparazón y mujeres que acaban en sus manos. El orden masculino, el Estado - policías, jueces, conserjes -y el desorden del arte. Un gato que mira y calla, la sabia Margherita Buy, máquinas de escribir con letras descolocadas y cartas, muchas cartas. Los buzones como espacio de fantasía. Una firma por comparar y un pasaporte con fotos superpuestas. Tú, yo, nosotros. Yo, tú, cualquiera. La identidad nómada. Las aguas turbias d