Lo más interesante de la nueva película de Achero Mañas - que nos deslumbró con "El Bola" y nos decepcionó con "Noviembre" - son las múltiples reflexiones que plantea en torno a la masculinidad. La historia extrema de un hombre que, tras la muerte de su compañera y madre de su hija, debe asumir el papel no sólo de padre sino también de madre, le sirve a Achero Mañas para cuestionar los roles tradicionales de hombres y mujeres, la turbación del hombre contemporáneo que se ve prisionero de una identidad hegemónica que le obliga constantemente a ser un macho, las complejidades que encierra ser padre en una sociedad en la que empiezan a dibujarse de manera distinta las relaciones entre el espacio público y el privado.
Las mujeres llevan siglos reflexionando sobre su identidad, sobre cómo llegan a ser mujeres. Los hombres, algunos hombres, acabamos de descubrir que tenemos género. Algunos hemos empezado a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestro rol de padres, sobre nuestras capacidades de cuidado y empatía. Viendo la película me acordé de ese concepto acuñado por las feministas latinoamericanas: el maternaje. Con ello se refieren a la idea que las cualidades, aptitudes y actitudes necesarias para el cuidado de los hijos no son naturales, sino aprendidas, y que por ello pueden ser compartidas por hombres y por mujeres. Eso es lo que plantea Leo, el personaje que interpreta un medido Juan Diego Botto: su derecho a cuidar, a ser también "madre" aunque no haya parido a Dafne (maravillosa niña la que la interpreta, un descubrimiento que merece el Goya). Y para ello tiene que recurrir a la máscara, a transformarse, a hacerse "otra". Aquí Achero Mañas recurre al tema del transformismo para apuntar otro hilo: la homosexualidad, la diversidad sexual y, al fin, la homofobia... Uno de los ingredientes esenciales de la masculinidad hegemónica. Genial la frase que suelta en un momento clave el personaje del transformista que interpreta José Luis Gómez: "los heterosexuales no tenéis el monopolio de la paternidad".
Aunque no estamos ante una película redonda - tiene fallos narrativos y a veces adolece de un ritmo excesivamente lento - , la última obra de Achero Mañas tiene el valor de abordar, yo diría que por vez primera en nuestro cine, una reflexión intensa sobre las masculinidades, la paternidad y las máscaras mediante las cuales nos definimos como hombres y mujeres en sociedad. Estoy convencido de que la clave de las políticas de igualdad debería situarse no en los próximos años, sino YA, en la reflexión y en el debate sobre cómo nos hacemos hombres. Sólo así podremos transformar los cimientos de una sociedad que sigue siendo patriarcal. Y sólo así los hombres podremos ser más felices, más plenos, menos prisioneros de la normativa hegemónica de género que nos atenaza. Porque también nosotros tenemos derecho a ser madres, a sentir como ellas, a vivir unas relaciones con nuestros hijos y nuestras hijas mucho más afectivas y empáticas, a no focalizar en lo público nuestra concepción del éxito, a vivir el amor con las múltiples variantes que reclaman el corazón y el cerebro (Achero también plantea con rotundidad el espinoso tema de la custodia compartida, que tanto tiene que ver con la revisión de los roles tradicionales de padre y de madre).
Todo lo que tú quieras es un buen comienzo para esta auto-reflexión que, sin duda, nos hará más libres, mejores hombres, más plenos. Y que, como consecuencia, contribuirá a dibujar una sociedad más justa, más igual, menos jerárquica. En la que ni hombres ni mujeres vivamos atados al yugo que nos obliga a comportarnos tal y como viene exigiendo desde hace siglos el patriarcado.
Magnífico comentario sobre una película que plantea temas latentes pero poco explícitos todavía.
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