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CÓRDOBA 2016: EL FUTURO A LAS CINCO

Las alas del futuro

OCTAVIO Salazar (Diario Córdoba, 28/06/2011)








Durante los últimos doce meses he estado tan implicado en el proyecto de Capitalidad cultural que a estas alturas me cuesta ser objetivo y, sobre todo hoy, me resulta casi imposible tener la serenidad suficiente para valorar todo lo que se ha hecho y, más aún, todo lo que nos jugamos a las 5 de la tarde. Con independencia de que finalmente seamos la ciudad ganadora, creo que hemos ganado mucho en un recorrido que nos ha permitido descubrir el enorme potencial que tenemos y la capacidad, para muchos insospechada, de articularnos colectivamente y de asumir que nuestro futuro pasa irremediablemente por la cultura.
Lo más importante que nos jugamos esta tarde es que, de manera definitiva, y con el consenso de todas las fuerzas políticas e instituciones, además de con el apoyo entusiasta de la ciudadanía, Córdoba asuma que todo lo que hemos reflejado en el dossier de candidatura debe constituir el plan estratégico de esta ciudad para las próximas décadas. Porque lo más importante del proyecto no es tanto qué pasará en el 2016, sino qué quedará en el 2017 y siguientes, es decir, qué estructuras hemos sido capaces de construir para que Córdoba no solo se sitúe en el Europa y en el mundo con la entidad que se merece sino también para que en ella y desde ella sea posible generar desarrollo y bienestar, celebración y creatividad, lucidez y reconocimiento.
Yo he sido de los muchos que durante años he criticado la pasividad de la ciudad, su complicidad con salvadores de toda calaña, su excesiva dependencia de un pasado mitificado y su resistencia a situarse en un discurso contemporáneo, es decir, en una mirada plural, enriquecedoramente conflictiva y dinámica. He sufrido, como tantos, la cortedad de miras de muchos de sus políticos/as, el enorme peso de poderes fácticos encantados de haberse conocido y la intransigente soberbia de los que han creído tener en sus manos la definición oficial de lo que es y no es cultura. El largo e intenso camino hasta este 28 de junio nos ha servido para desmontar muchos de esos estereotipos, para colocar y recolocar piezas del puzzle que parecían no encajar, para liberarnos de un pasado que en vez de darnos lustre nos convertía en un museo de cera y, muy especialmente, para empezar a confiar en otras voces, en otras maneras, en otras luces capaces de iluminar tantas habitaciones oscuras en las que todos teníamos encerrado parte de nuestro futuro.
Por ello, he querido soñar durante todo este tiempo que las raíces de nuestro lema acaban convertidas en alas. Las que nos permitan mirar por encima de nuestros tejados, otear los horizontes europeo y mediterráneo, descubrir desde arriba lo pequeñitos que somos y lo mucho que necesitamos a los demás. El futuro tiene raíces sí, pero siempre que desde ellas hagamos correr la savia por un tronco enorme, del que salgan miles de ramas que son las que nos van a permitir convertir la ilusión colectiva en realidad ciudadana.
En esta ciudad que en muchas ocasiones parece una bella durmiente, en la que es iluso pensar que otras fuentes nos van a sacar de pobres y en la que lleva mucho tiempo instalado el bostezo, necesitamos la Capitalidad para demostrarnos que somos capaces de recuperar el zapato perdido de Cenicienta y que podemos construir un modelo de desarrollo basado en la cultura como factor creativo y económico, sin olvidar que la diversidad nos hace singulares y que también tenemos mucho que decir en un mundo que tanto necesita renovar sus métodos y sus lenguajes. Ayer me preguntaba mi hijo si hoy, cuando conozcamos la decisión del Comité, se me escaparía alguna lágrima. Le dije que seguramente sí. Ojalá sean lágrimas de alegría, provocadas por la emoción de sentirme parte orgullosa de un proyecto y de una ciudad cuyo capital humano no siempre ha encontrado el debido reconocimiento. Claro que lloraré esta tarde, porque sea cual sea la razón de mis lágrimas, no podré evitar mirar a Abel y pensar que lo que nos estamos jugando no es otra cosa que su futuro.

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