Hay días raros, en los que aunque no haya ni una nube en el cielo uno siente que la superficie que nos cubre es no azul sino marrón. Días en los que, paradójicamente, el tiempo que es movimiento se queda estancado, como las aguas de un río cuando llegan a un recodo de su camino. Son días en los que uno siente la necesidad de ser abrazado, de sentir que su piel está viva, de encontrar en otros ojos la respuesta a nuestras miradas que preguntan.
Ayer fue uno de esos días. Largo, azul, marrón. Bastó un sms para que se quebrara el hilo y sintiera un vacío muy hondo en ese lugar donde le ponemos nombre a las emociones. Entre el pecho y el estómago.
Recordando otro julio lejano, pero para mí siempre tan cerca, en el que me quedé sin Luz, abracé al amigo herido. Estampa de duelo lorquiano en su camisa negra, en su corbata negra, en su delgadez oscura. Hubiese querido que mi camisa blanca borrara la pena y recuperara los kilos perdidos del padre. Chaqueta grande, pelo blanco, sudor de lágrimas.
En el abrazo cómplice, como un trailer que anuncia una película que no quiero perderme, sentí que la vida estaba allí, justo en ese momento, en ese gesto, en esos dos cuerpos, blanco y negro, que trataban de decirse lo que no se atrevían a decir las palabras.
Volví a entender que no es la muerte la guadaña sino el dolor injusto, los puñales que nos desangran, la dignidad perdida. Ese es el miedo y, por tanto, lo que resta tiempo, luz, futuro, a la vida.
Me habría gustado abofetear al cura que volvió a hablar de sacrificio, de dolores, del valle de lágrimas, al tiempo que nos recordaba, como si de un catálogo se tratase, las misas necesarias para alcanzar el paraíso.
No me extraña que los fundamentalistas de cualquier religión se vuelvan locos y disparen contra la vida.
La vida que estaba ayer en una siesta de primavera, angustiosamente silenciosa, desierta ciudad casi sin helados. La intuí feroz, rebelde, inquieta, en los ojos llorosos de un hombre que ama y que miraba sin atreverse a tocar la delgadez extrema de Víctor. La sentí rabiosa en las promesas de un verano. En el descanso de Dolores, hecho con el tiempo memoria y continuación en los días de sus hijos.
Caminé por las calles de Córdoba sabiendo que el presente es lo único que tenemos. Nuestra salvación. Y que tenemos que bebérnoslo hasta la última gota. Del derecho y del revés. Como Amy Winehouse en esa playa a la que nunca volverá. Back to black. Back to life.
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