DIARIO CÓRDOBA, 7-11-11
Lo peor de una campaña electoral, al margen de muchas cuestiones de su regulación legal que deberían ser objeto de una urgente reforma, es la terrible sensación de que los/as candidatos/as nos tratan como menores de edad, como individuos desorientados necesitados de tutela o, en el peor de los casos, como idiotas a los que resulta fácil llevar al huerto. En lugar de incitarnos a la reflexión, de propiciar el debate riguroso y de apurar al máximo las posibilidades enriquecedoras del pluralismo, las campañas acaban siendo una sucesión de escenografías mediáticas de escaso contenido y un cúmulo de mensajes que acaban, como los carteles de las paredes, deshaciéndose con las primeras lluvias.
Estas características se acentúan en un noviembre en el que parece que "todo el pescado está vendido" y ante el que muchos votantes nos encontramos prisioneros en una terrible encrucijada. Por una parte, somos concientes de la necesidad de un cambio de gobierno y confiamos en el poder de las urnas como mecanismo de exigencia de responsabilidades. Por otra, la alternativa que se presenta como mayoritaria está lejos de generar entusiasmo, apenas si ha realizado propuestas sólidas y se ha limitado a ver pasar el cadáver de su enemigo mientras sus líderes miraban las nubes. Ante un panorama tan negro, y en el que obviamente pesa más el vía crucis del euro que nuestra cada vez más limitada soberanía, poca confianza nos ofrecen en general unos partidos que, mucho me temo, carecen de recetas para lidiar con una situación terrible en lo económico y dolorosa en lo social. Un horizonte, pues, frente al que poco podrá aportar el debate encorsetado --y lamentablemente bipartidista-- de esta noche, los mítines a los que solo acuden los estómagos agradecidos que jalean al aparato o las cuñas publicitarias que, en general, suelen ser un insulto a la inteligencia de los electores. Si a ello añadimos que nuestro sistema electoral ciega prácticamente las voces minoritarias y premia a los partidos que usan el nacionalismo como herramienta de chantaje, el presente no puede ser más desolador, al menos para los que seguimos creyendo que la democracia o es pluralista o no es. Frente a un electorado de derechas, firme como una roca y musculado no tanto por los aciertos del PP sino por los meteduras de pata socialistas, los que siempre hemos pensado nuestro voto en rojo nos sentimos más desubicados que nunca. Tremendamente indignados con un PSOE que no ha dejado de traicionarse/nos en los últimos tiempos, que ha sido incapaz de ofrecer una imagen renovada y que nos sigue tratando más que como ciudadanos como súbditos necesitados de mesías. Lamento la falta de credibilidad de las propuestas de un candidato que hasta ayer estuvo sentado en un consejo de ministros que fue incapaz de gestionar la crisis, el recurso a viejas glorias que deberían estar disfrutando de sus jugosas pensiones, por no hablar del demagógico recurso a la educación pública como arma electoral cuando han sido en tantas ocasiones cómplices de su maltrato.
El otro día un conocido me decía en el twiter que no atacara tanto al PSOE, que nuestro enemigo era otro. Yo le contesté que mi tragedia era no saber justo ahora quiénes eran mis "amigos". Porque por supuesto no puede serlo una exalcaldesa tránsfuga que habla de sí misma en tercera persona y promete derechos sociales en un hotel de 5 estrellas. En democracia la ética y la estética son las dos caras de una misma moneda. Algo que, al menos en nuestra ciudad, los dirigentes del partido socialista parecen haber olvidado hace tiempo. Por todo ello, ojalá pudiera dormirme hoy mismo y despertar en la jornada de reflexión. Ahorrados estos días de portadas obvias y "dientes, dientes" en las fotografías. Después de haber soñado que me levantaba el 20 N y, además de celebrar mi onomástica, comprobaba que ni Rajoy ni Rubalcaba estaban allí.
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