Todas las generaciones tienen su JANE EYRE. Ahora nos llega la dirigida por Cary Fukunaga, que es fiel al texto y que, precisamente por ello, es radicalmente moderna. Más allá del cliché de "novela gótica" con la que siempre se la caracteriza, la novela de Charlotte Brönte nos presenta una mujer que lucha contra los barrotes de la jaula, que mira desconsolada la línea del horizonte que nunca podrá alcanzar, que desea sentir por ella misma y no en función de lo que los demás marquen para ella. Ella quiere ser la dueña del lápiz con el que dibuja y de su destino.
El más lúcido, y feminista, análisis de Jane Eyre lo realizó Adrienne Rich en un ensayo titulado "Jane Eyre: las tentaciones de una mujer sin madre". En él la Rich, que a estas alturas debería ser como mínimo candidata al Nobel, nos recuerda que la novela de la Brönte es un "manifiesto feminista". Basta para ello recordar párrafos como el que sigue:
"Se supone que las mujeres generalmente son muy calmadas, pero las mujeres sienten tanto como los hombres, necesitan ejercicio para sus facultades y un terreno para encaminar sus esfuerzos tanto como sus hermanos; sufren las restricciones rígidas, el estancamiento absoluto con la misma intensidad que las sufrirían los hombres y es estrechez mental que sus compañeros privilegiados afirmen que ellas deberían dedicarse exclusivamente a hacer pasteles y a tejer calcetines, a tocar el piano y a a bordar. Es insensato condenarlas o reírse de ellas si buscan hacer más cosas o aprender más de lo que la costumbre ha señalado que es necesario para su sexo".
Las palabras de Jane constituyen una auténtica vindicación de su igual dignidad. Es decir, del reconocimiento de las mujeres como sujetos. Así se lo deja muy claro a Rochester:
"¡Te digo que debo irme!.... ¿Crees que puedo quedarme hasta convertirme en nada para ti?¿Crees que soy una autómata, una máquina sin sentimientos?... ¿Crees que porque soy pobre, desconocida, sencilla y humilde no tengo ni alma ni corazón? ... Estás equivocado, tengo un alma tan digna como la tuya y un corazón tan pleno como muchos otros... No te estoy hablando en este momento con el lenguaje de la costumbre y de convenciones ni con el de la carne mortal: ¡es mi espíritu que se dirige al tuyo, como si ambos hubiésemos pasado por la tumba, y estuviéramos frente a Dios, iguales- como somos!".
Y ante la propuesta de matrimonio del clérigo John, Jane Eyre responde con uno de los alegatos más firmes contra el destino de la mujer:
"¿He de ostentar el anillo de casada, soportar todas las formas de amor, que - estoy segura - él observará escrupulosamente, y saber que el alma está ausente en todo esto? ¿Podría aceptar sus manifestaciones de cariño sabiendo que son sacrificios hechos en aras de sus principios? No: sería monstruoso aceptar tal martirio...
Podía ser su ayudante, su camarada, cruzar el océano a su lado, seguirle en los países que baña el sol de Oriente, a los desiertos asiáticos, admirar y emular su valor, su devoción y su energía, considerarle como cristiano, no como hombre, sufrir el dominio de su personalidad pero conservando libres mi corazón y mi cerebro...
Pero ser su mujer, permanecer siempre a su lado, vivir siempre sometida, constreñida, esforzándome en apagar la llama que me devora, me sería insoportable.
Si me casara contigo, me matarías".
Esta es la mejor lectura que cabe hacer de un texto, y ahora de una película, en la que la clave está en la conquista de la autonomía por parte de una mujer que, de entrada, lo tiene todo en contra para ello. Al final de la historia, ella es independiente económicamente - seguro que Virginia Woolf leyó esta novela - y elige estar con Rochester. Lejos de la negación que supone el amor romántico: "Estar juntos es, para nosotros, estar a la vez tan libres como en la soledad y tan alegres como en compañía".
Esa es la Jane Eyre que interpreta con emoción y con fuerza la casi debutante Mia Wasikowska, en una película intensa, cuidada, romántica y vindicativa (siempre que nos atrevamos a mirarla con los ojos de Adrienne Rich). A su lado, un actor que deslumbra con cada trabajo. El Jung de "Un método peligroso" es aquí el trágico Rochester. Michael Fassbender traspasa la pantalla con un papel que él convierte en un héroe humillado, en un hombre tan esclavo de sí mismo como en otro sentido lo era Jane, un desgraciado que finalmente es salvado, dándole una vuelta al cliché, por la heroína. Porque es ella la que libremente decide volver cuando él se ha quedado hasta sin ojos. La tensión romántica, el deseo carnal e intelectual, el desamparo, están en la magnífica interpretación de un actor que ha sido para mí el gran descubrimiento de este año. El que sin duda nos regalará muchas sorpresas en la gran pantalla y el que, a buen seguro, nos seducirá en más de una ocasión con su mirada mitad de ángel, mitad de demonio.
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