Hay actrices que más que interpretar un personaje lo encarnan, es decir, lo dotan de carne y al mismo tiempo hacen suya la del referente. Meryl Streep ya nos tiene bien acostumbrados a sus puntillosos trabajos de interpretación en los que logra con todos su recursos - la voz, el acento, los movimientos, los gestos - que no la veamos a ella sino a la mujer que encarna. Tal vez su prodigioso trabajo alcanza las mayores cotas de brillantez en la interpretación de Margaret Thatcher. Es asombroso como la Streep logra captar la esencia de la "dama de hierro" en las miradas, en la manera de andar, en la voz, en los movimientos de las manos y de los labios. Todo su cuerpo interpreta y, además, su alma hace que la sintamos creíble.
Sólo por esa prodigiosa interpretación merece la pena ver LA DAMA DE HIERRO. Todo lo demás en la película es perfectamente prescindible. El retrato de una política tan controvertida y apasionante, por las muchas aristas de su trayectoria, merecía una obra mucho más honda. La directora Phyllida Lloyd ha optado por centrarse en la dimensión más "humana" del personaje y pasa de puntillas por los dilemas políticos y morales que provocaron los años de gobierno de la Thatcher. En este sentido, la película está a años luz de la espléndida "The Queen" de Stephen Frears. La directora de "Mamma mia" ha optado por una visión más cercana a un "Cuéntame" british o a una película de Antena 3 por la tarde - que, sin duda, hizo las delicias de las muchas mujeres de cierta edad y permanente similar a la de la inglesa que eran el público mayoritario en la sesión a la que asistí -, y ha desperdiciado la ocasión de hacer una obra profunda, que inquiete, que remueva los estómagos. Su intento de hacer una especie de drama "shakesperiano" queda a veces incluso ridículo. Lo cual no quiere decir que no haya momentos logrados, como por ejemplo el relativo a la guerra de las Malvinas.
Hay además un intento de mostrarnos a Margaret desde una perspectiva feminista. Se insiste en subrayar su condición de pionera en un mundo de "machos". En este sentido merecen destacarse las imágenes de su llegada al Parlamento: esos zapatos de tacón moviéndose con dificultad entre tantos zapatos de hombres. Sin embargo, y como la película carece de matices, apenas si se insiste en subrayar lo más relevante de un personaje tan controvertido: el hecho de ser mujer no implica necesariamente tener un compromiso feminista. La Thatcher lo demostró con sus políticas, con esos gabinetes de unanimidad masculina y, sobre todo, con las actitudes mediante las que reprodujo y magnificó incluso los valores patriarcales. Dos momentos en la película sirven para ejemplificar que la dama de hierro fue realmente un patriarca de hierro: su actitud en la guerra de las Malvinas, en las que expresa su negativa a negociar y mantiene una posición muy viril sobre la defensa de la patria; y aquel otro en que durante una visita al médico, le dice a éste que el gran problema de la actualidad es que existe una gran preocupación por lo que la gente siente y no por lo que piensa.
El gran drama de Margaret Thatcher, más allá de sus discutibles políticas y reconociendo por supuesto su papel histórico de mujer poderosa, es la condena a la soledad. La que tuvo mientras estuvo en el poder y la que luego le acompañó. Quizás la soledad que inexorablemente sea consecuencia del poder, pero puede que también la consecuencia inevitable de entender el poder en términos masculinos.
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