La dolorosa historia que nos cuenta ALBERT NOBBS va más allá de la negación de derechos a las mujeres y, por tanto, de la necesidad que siente la protagonista de ser un hombre para sobrevivir. La película de Rodrigo García nos muestra, de manera un tanto fallida, lo que Judith Butler y la teoría queer llevan años explicando. La identidad de género, se construye, es performativa. Por lo tanto, puede ser variable a lo largo de la vida, debería huir de las etiquetas y está por encima de la división masculino/femenino. Tiene que ver con la "elección". Por lo tanto, la clave de la igualdad estaría en generar las condiciones para que todas y todos pudiéramos "elegir" sin cortapisas.
Albert Nobbs decide continuar siendo un hombre, más allá de las circunstancias que le llevaron a adoptar el masculino. Ni siquiera el breve momento en el que vuelve a sentir su cuerpo si corsé, en unas bellísimas imágenes en la playa, se reconoce en un cuerpo que hace tiempo dejó de ser el suyo. Por eso en ningún momento de la película conocemos cuál era su nombre originario. Su nombre de mujer.
El cuerpo de Albert, nuestro cuerpo, es un lienzo en el que vamos dibujando nuestro ser. A veces desde las renuncias, otras de la libertad. Algunos como víctimas, otros como dueños de sus vidas.
Esa idea es la que está en el fondo de esta película que sabe a poco, a pesar de estar bien contada, con tacto, con la habitual mirada con la que Rodrigo García trata las historias de mujeres. Pero, sin duda, el eje de toda ella es la espléndida Glenn Close. Una de esas actrices poderosas, de presencia inquietante, que a estas alturas no tiene que demostrar nada, pero que en ALBERT NOBBS - que también produce y en cuyo guión colabora - se vacía totalmente y hace un trabajo "performativo". Contenido y justo. Entre la rigidez obligada del personaje y la emoción que sabemos bulle por dentro. Si no fuera porque esta año compite con Meryl Streep Thatcher, el Oscar, con toda justicia, debería ser para ella.
Albert Nobbs decide continuar siendo un hombre, más allá de las circunstancias que le llevaron a adoptar el masculino. Ni siquiera el breve momento en el que vuelve a sentir su cuerpo si corsé, en unas bellísimas imágenes en la playa, se reconoce en un cuerpo que hace tiempo dejó de ser el suyo. Por eso en ningún momento de la película conocemos cuál era su nombre originario. Su nombre de mujer.
El cuerpo de Albert, nuestro cuerpo, es un lienzo en el que vamos dibujando nuestro ser. A veces desde las renuncias, otras de la libertad. Algunos como víctimas, otros como dueños de sus vidas.
Esa idea es la que está en el fondo de esta película que sabe a poco, a pesar de estar bien contada, con tacto, con la habitual mirada con la que Rodrigo García trata las historias de mujeres. Pero, sin duda, el eje de toda ella es la espléndida Glenn Close. Una de esas actrices poderosas, de presencia inquietante, que a estas alturas no tiene que demostrar nada, pero que en ALBERT NOBBS - que también produce y en cuyo guión colabora - se vacía totalmente y hace un trabajo "performativo". Contenido y justo. Entre la rigidez obligada del personaje y la emoción que sabemos bulle por dentro. Si no fuera porque esta año compite con Meryl Streep Thatcher, el Oscar, con toda justicia, debería ser para ella.
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