Hace unos años me quedé absolutamente maravillado cuando al visitar la singular imagen de la Virgen del Tránsito en su iglesia del barrio de San Basilio descubrí no sólo unas sandalias dignas de la escenografía de un "peplum" sino también que sus uñas estaban perfectamente pintadas. Me parecieron el detalle más deliciosamente kitsch de los muchos que ya de por sí encierra el mundo cofrade en general y la devoción mariana en particular. Desde entonces esa imagen ha formado parte de ese catálogo tan contradictorio, y a veces tan perverso, con el que trato de reconstruir la identidad de la tierra que me ha parido.
He recordado esa imagen, que sin duda podría ser el origen de como mínimo un corto de raíces "buñuelianas", en un día en el que media España celebra fiestas y verbenas con el pretexto de devociones a Vírgenes que lucen como diosas paganas. Ello me confirma que, sobre todo en este Sur hecho del cruce de tantas culturas y tradiciones, esta multiplicación de vírgenes que se aparecen en las montañas, que se bañan en los mares o que hacen milagros entre los agricultores, no es más que la traducción festivo-católica de un politeísmo que siempre fue mucho más divertido que el monoteísmo. Además de suponer la continuidad con ritos, religiosos o no, que siempre vincularon la feminidad con la maternidad, con la fecundidad, con la Naturaleza. Frente a la oscuridad del catolicismo, y a esa generación constante de un sentimiento de culpa y de la paralela exaltación del sufrimiento, Andalucía se ha empeñado durante siglos en reivindicar la alegría de vivir, el colorido, la diversidad que suponen los mil nombres de vírgenes que en nuestros pueblos se convierten no sólo en Alcadesas perpetuas - en un singular ejercicio de confesionalidad inconstitucional - sino también en una especie de diosas que sirven como pretexto para exaltar la vida. Por eso hoy no nos debe resultar paradójico que la celebración de la Asunción de la Virgen dé lugar a una de las fechas más escandalosamente festivas del calendario patrio. Demostrando una vez más que, frente al rigor de la jerarquía y los dogmas, en esta tierra acaba pesando más el frenesí mediterráneo.
Hoy 15 de agosto esa uñas me reconcilian con la dimensión más plural, divertida y gozosa de una religión que nació para liberar al ser humano y no para atormentarlo con la idea de pecado y con el sentimiento de culpa. Y así, frente a los discursos de los obispos, que como atinadamente dice mi hijo lo único que hacen es prohibir, me quedo con estos pies, con estas sandalias y con estas uñas, que son la expresión más gay, queer incluso, de unos rituales que hunde sus profundas raíces en el mar de culturas que define nuestra compleja y apasionante identidad.
Fotografía: Andrés Fresno Zamora. http://elpretorio.blogcindario.com/2007/08/01636-cordoba-besapies-de-nuestra-senora-del-transito.html
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