"Yo fui el último amor de Lorca y, probablemente, la razón de su muerte".
Con esta afirmación tan rotunda, seguida de una mera hipótesis, comienza la novela LOS AMORES OSCUROS, en la que se recrea la que parece ser fue la última historia de amor de García Lorca: la que mantuvo con un jovencísimo Juan Ramírez de Lucas. Quizás el inspirador de sus deslumbrantes Sonetos del amor oscuro, aunque hay quienes siguen manteniendo que estos versos estaban dedicados a otras de sus pasiones, Rafael Rodríguez Rapún. Y tal vez, como apunta su inicio, la causa que propició el asesinato del poeta.
El que fuera crítico de arte en ABC durante muchos años, Juan Ramírez, falleció en 2010 y dejó en manos de su familia un diario y documentos en los que relata la historia de amor que mantuvo con el poeta. Durante décadas mantuvo silencio y, de momento, salvo la carta que hace unos meses publicaba EL PAÍS, esos papeles no han visto la luz. La novela de Manuel Francisco Reina, partiendo de una sólida investigación y muy en especial del rastro que ya dejara sobre esta relación Agustín Penón en los años 50, lo que hace es recrear, con múltiples licencias poéticas, la historia de dicha pasión en un contexto tan convulso como el de la España republicana y el de la guerra civil.
Con un excesivo tono hagiográfico - una cosa es la rendida admiración hacia el poeta y otra convertirlo en una especie de semidios - y con una escasa contención que a veces acerca la novela al puro folletín, este texto tiene sin embargo la valía de situarnos sobre la pista de una historia aún silenciada y de proponer algunas claves que podrían explicar mejor el complicado jeroglífico del final del poeta granadino. Más allá del retrato de Juan Ramírez y, por supuesto, de un Lorca seductor y apabullante, lo más interesante de la novela son los personajes secundarios. Es decir, todos esos hombres, y muy especialmente algunas mujeres como las precursoras feministas del Club Lyceum (esa inigualable Pura Ucelay), que vivieron y crearon en uno de los momentos sin duda más apasionantes de nuestra historia. Cuando uno repasa algunos de los episodios que la novela recrea, tales como los estrenos de las obras de Federico o las reuniones de escritores y artistas en el Madrid republicano, percibe la singular conjunción de talentos que se dieron en ese momento, la cual, para desgracia de nuestro país, fue posteriormente frustrada por la guerra y la posterior dictadura. Con sus luces y sus sombras - porque también hubo muchas sombras sobre todo en la gestión política de la II República - , los años 30 en nuestro país alumbraron una generación de artistas, pensadores, mujeres y hombres comprometidos, que difícilmente encontramos en otro momento histórico. Empezaron a abrirse ventanas que, sin embargo, en seguida volverían a encerrarse. Algo que simboliza con todo su esplendor romántico la historia de amor que nos relata Reina. Su trágico final es la metáfora más "lorquiana" de la imposibilidad de este país para completar sus sueños. Para salir del pozo hondo de los perdedores.
Puede que nunca nos quede claro a quién dedico Lorca sus Sonetos. Quizás tampoco sea necesario que lo sepamos con exactitud. Lo único realmente importante, junto a la belleza desgarradora de sus versos, es leerlos como la expresión más contundente de lo que siente un alma que no puede desplegar por entero sus alas. Alas que pueden ser las de un amor, las de un país, las de un sueño. Porque a estas alturas mi gran duda es si no estamos condenados a ser una tierra de amores oscuros, de sombras que acaban reduciendo la velocidad de nuestros pies, de poetas y de hombres que siguen ocultando sus cartas de amor en una jaula.
Me asombra la cantidad de mundos, superposiciones y transversales... el tiempo que nunca es lineal. Si España goza de una relativa aceptación social que siempre corre el peligro de retroceder, en otras partes del mundo, el amor oscuro, aquel que no tiene nombre sigue siendo el día a día, como si una clepsidra anoréxica no dejase pasar ni el aire. Lugares en los que no se pueden desarrollar los afectos, las relaciones, las vidas, en definitiva. Hay que estar o volver al armario en Honduras, en la India o en Egipto, disimular con una risa fanfarrona tras un chiste misógino u homófobo, cuidar cada gesto a las afueras de una masculinidad asfixiante. Incluso en los lugares más insospechados, como Argentina, con toda la apertura, mucho del amor sigue siendo oscuro, aunque ya no sea delito. Vivir la homofobia criminalizadora en pleno siglo XXI es a veces un corsé insoportable.
ResponderEliminar[...]
Allí, león, allí, furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces,
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡,Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
[...]
(Lorca: Tu infancia en Menton)
Gracias por tus poéticas y lúcidas palabras... Tienes razón: el tiempo nunca es lineal. Y lo que más agobio me produce es que las conquistas en materia de derechos humanos nunca son definitivas. Basta con mirar, aunque sólo sea de reojo, lo que se empezó a construir en la II República...
ResponderEliminarGracias por los versos...
Desde una Córdoba asfixiante