Esta misma mañana tenía una conversación con mi amigo Diego sobre el pesimismo que me invade últimamente por todo lo que está pasando en esta, se supone, Europa de los derechos. Ambos coincidíamos en que estábamos asistiendo al triunfo, de momento parece que irreversible, del individualismo posesivo, de la moral más cruel del mercado y, en definitiva, de la naturaleza egoísta del ser humano.
Esta tarde de un julio, ahora mismo menos caluroso de lo habitual en Córdoba, he vuelto sin embargo a recuperar la esperanza en otra manera de entender la vida y las relaciones humanas. Y ha sido gracias a una estupenda película: LE HAVRE. Una preciosa fábula moral - o, mejor, ética - en la que se nos plantean algunos de los dilemas de las sociedades democráticas actuales - la inmigración ilegal, el crecimiento de las desigualdades, el Derecho que parece huir de los derechos - a través de una historia capaz de reconciliarnos con el ser humano. Y todo ello gracias a cómo actúan unos personajes, que precisamente por ser los más débiles del contrato - "bienaventurados los inocentes" - actúan desde la solidaridad, desde la comprensión del otro, desde la empatía y no tanto de acuerdo con la ley de la selva.
La película de Kaurismäki, rodada con sensibilidad, sin estridencias, con un profundo cariño hacia sus personajes, debería ser de visión obligatoria en todos los centros de enseñanza, en las Universidades, en los centros cívicos. Y sobre todo deberían verla todos aquellos que, precisamente, están construyendo un modelo de sociedad, y también de Europa, absolutamente contraria a los valores que LE HAVRE nos hace reales a través de unos hombres y mujeres que acaban siendo héroes desde su reducto de perdedores. Hacedores y hacedoras de una ética que poco tiene que ver con la de la Justicia que amparan los poderes públicos y mucho menos con la que impone el mercado. Una ética, la de estos personajes, mucho más ligada al cuidado, a la empatía, en fin, a la solidaridad.
Comentarios
Publicar un comentario