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EL EFECTO GRIÑÁN

LAS FRONTERAS INDECISAS
Diario Córdoba, 16-9-2013

El nombramiento de Griñán como senador, que ha venido a ser el último eslabón de la cadena de desatinos protagonizados por el PSOE andaluz, ha tenido la virtud de ser un acto que pone de manifiesto muchos de los males que aquejan a la vida pública española. De entrada, y sin que sea necesario insistir en una cuestión sobre la que se han escrito miles de páginas, vuelve a llamarnos la atención sobre la urgencia de reformar un Senado cuya composición y funciones son más un lastre que una oportunidad. Solo desde el avance en la construcción federal del Estado tendría sentido mantener una segunda cámara, que por supuesto no debería seguir siendo cementerio de elefantes y redil de privilegios. Porque, y esa es la segunda cuestión que clama al cielo, ya va siendo hora de que eliminemos estatutos jurídicos singulares como el de los aforamientos que, además de no tener sentido alguno en pleno siglo XXI, rompen con el principio de igualdad y contribuyen a mantener la concepción de la clase política como una casta blindada. Una reforma, a mi parecer, mucho más necesaria y urgente que la recién aprobada Ley de Transparencia, la cual es la gran demostración del fracaso de los mecanismos de control del sistema parlamentario. Como nuestros representantes no son capaces de ajustarse a los mecanismos del Estado de Derecho, como tampoco a las exigencias de una mínima ética pública, aprueban una ley con la que creen que lograrán recuperar buena parte de la credibilidad perdida. Sin darse cuenta de que dicha ley no sería necesaria si tuvieran una catadura moral de la que carecen.


Por otra parte, la designación de Griñán como senador vuelve a ponernos de manifiesto uno de los más vergonzantes males de nuestra democracia. Me refiero a la profesionalización de la clase política y a la conversión de lo público en una carrera que no entiende de división del poder también en términos de tiempo. Nuestros partidos siguen empeñados en desconocer tal exigencia y, así, prorrogan las trayectorias de aquellos y de aquellas que deberían saber cerrar un capítulo de sus vidas. Un reto obviamente complicado para el que no tiene profesión conocida al margen de la política pero también para aquellos que, teniéndola, no se atreven a renunciar a los privilegios que disfrutan y a un estatus que tal vez de otra manera no tendrían. En este sentido, habría sido un sanísimo ejercicio de honestidad personal que Griñán se hubiera ido a su casa, máxime si como subrayó una y otra vez eran razones familiares las que le obligaban a dejar el cargo. Su empeño en seguir teniendo aunque sea una pequeñísima cuota de poder levanta como mínimo la sospecha de que el término "familiares" debemos entenderlo en su acepción "siciliana".
Y, por último, aunque no menos importante, toda esta representación a la que hemos asistido en la vida pública andaluza en las últimas semanas pone de manifiesto que nuestros políticos nos siguen tratando como idiotas o, al menos, como menores de edad que acatan pero que no comprenden las decisiones de sus mayores. Afortunadamente, y es uno de los pocos efectos positivos de la crisis, la ciudadanía está empezando a despertar, entre otras cosas porque ha dejado de vivir en el limbo de nuevos ricos que entre todos nos habían construido, y cada vez tolera menos los excesos de unos políticos que carecen de altura moral y que parecen no haber aprendido todavía las lecciones básicas de la democracia. Por todo ello, lo que ha pasado en Andalucía delante de nuestras narices, hartas ya de oler tanta mierda, nos da razones a muchos para no votar o votar en blanco en la próxima ocasión en la que, como a marionetas, nos vuelvan a repetir el estribillo de que la soberanía reside en el pueblo. Convencidos de que hace falta una revolución que se lleve lo podrido y nos traiga más y mejor democracia.

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