Las fronteras indecisas
Diario CÓRDOBA, 2-9-2013
Diario CÓRDOBA, 2-9-2013
La historia que les voy a contar, basada en hechos reales, es la de dos jóvenes andaluces cuyas vidas corren en paralelo. Ella tuvo desde pequeña muy claro el sentido del esfuerzo y la responsabilidad. Asumió rápido que todo lo que consiguiera sería el resultado de su propia lucha, máxime cuando siendo mujer los obstáculos serían mayores. Por ello no dudó nunca en prepararse para ser no buena sino la mejor y se consagró a encontrar en el estudio la llave de su futuro. Hizo dos carreras al mismo tiempo, participó activamente en la vida universitaria, aprendió otras lenguas y completó su formación con cualquier actividad que hiciera crecer sus alas. También desde muy jovencita fue una mujer comprometida con determinados valores y empeñada en trasformar este mundo. De ahí que se afiliara a las juventudes de un partido que, al menos en teoría, decía defender principios que ella siempre consideró irrenunciables: la igualdad, la solidaridad, la justicia social.
El también se sintió desde pequeñito un auténtico animal político. Cuando empezó a estudiar en la Universidad, descubrió que su lugar era la representación estudiantil y en ella empezó a forjar su futuro en el que él se veía como un líder. Como buen representante estudiantil, no sólo descuidó la carrera sino que también aprendió muy pronto a arrimarse al sol que más calentaba y a procurar salir siempre en la foto. En ese camino fue aprendiendo unas cuantas consignas que, cual estribillo, repetía insistentemente. Sin que le importara mucho descubrir que la servidumbre a la organización fuera la mejor manera de escalar posiciones.
Ella y él, que acabaron coincidiendo en el mismo partido, se enfrentaron en muchas ocasiones. Aunque las razones fueron múltiples, la raíz de todos los enfrentamientos no fue otra que la distinta manera que tenía de concebir la política. Mientras que ella se empeñaba en invertir trabajo, esfuerzo e ideas para cambiar las cosas, él prefería mirar preferentemente su ombligo y dejarse llevar por el eslogan de turno. Ella, siempre crítica y rebelde, fue cada más vez arrinconada e incluso en ocasiones vetada. El, sin embargo, se convirtió en el chico que servía lo mismo para un roto que para un descosido. Y así fue saltando de cargo en cargo, todos ellos de designación digital obviamente, y disfrutando de privilegios impensables para un joven de su edad. Desde un sueldazo que ya quisiera yo para mí hasta los derivados de la erótica del poder.
Mientras que él se convertía en asesor y en voz indispensable en las cavernas del partido, y dejaba aparcada la licenciatura, ella finalizó brillantemente sus estudios y un máster de dudosa utilidad para su futuro, mientras contemplaba indignada cómo el país que tanto quería le iba cerrando puertas. Desesperada de buscar, y más que harta de un partido que podría haberla colocado si hubiera sido más sumisa, decidió marcharse, como tantos otros jóvenes de su generación, al extranjero. Lleva unos meses cuidando niños en un país en el que espera tener las oportunidades que aquí le negaron. Mientras tanto él, que ocupa un nuevo cargo, imagino que estará a las expectativas de los cambios que se avecinan en el partido, aunque bien sabe que en esa estructura se es muy fiel a Lampedusa.
Me gustaría que el final de esta historia fuera muy distinto al que previsiblemente tendrá. Me gustaría que ella volviera a Andalucía y pusiera toda su sabiduría al servicio de nuestro progreso. Incluso me gustaría que fuera la primera presidenta de la Junta que entendiera la política como un servicio y no como una profesión. Como me gustaría que él, al menos una vez en su vida, sintiera el desasosiego que siente cualquier joven cuando envía por email su CV a la espera de que un empresario le ofrezca unas prácticas de moderna explotación. Y que lo contrataran, para que así entendiera mejor donde deberían estar las raíces del socialismo.
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