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EL ROSTRO DE WADJDA

"Espero haber hecho una película que sea cercana  la vida de las mujeres saudíes y que les inspire y les de fuerza para enfrentarse a la complicada situación social y política que viven. Aunque sea difícil desmontar unas tradiciones tan arraigadas, en las que se les niega a las mujeres una existencia digna - sobre todo porque las tradiciones se mezclan con interpretaciones religiosas - es un propósito por el que vale la pena luchar".
Haifaa Al Mansour, directora y  guionista

El rostro de Wadjda, un niña de diez años que se encuentra prisionera en la jaula de una sociedad ferozmente patriarcal como es la de Arabia Saudí, nos lo explica todo. Su rostro que se rebela contra el velo, que necesita mirar de frente, que no quiere esconderse ante los hombres, que forma parte de su identidad y sin el cual ella no sería más que una negra sombra.

El rostro de Wadjda nos va contando sus emociones, sus dolores, el desgarro que le provoca estar en una cárcel y la ilusión con la que mira y desea el vehículo de su libertad: una bicicleta verde. 

El rostro de Wadjda mira también el de su madre,  se interroga sin hablar cuando la siente igualmente esclava de un marido que dicta las reglas y la repudia, se enfada cuando comprueba como su madre parece incapaz de alzar el vuelo, de quitarse el velo, de dejar abierto el Corán para que lo toque el demonio.

El rostro de Wadjda se rebela cuando las reglas del sistema echan por tierra sus ilusiones, cuando mira a sus compañeras y se siente una "idéntica", cuando recibe la reprobación de su maestra que insistentemente le recuerda que ella debe ser, como buena mujer y devota, y como diría Rousseau, "casta guardiana de las costumbres". Ella parece no amedrentarse ante las dificultades porque quizás ha comprendido que en sus manos está plantarle cara al destino que los hombres han escrito en su nombre. 

A través del rostro de esta niña saudí, y de una peripecia pequeña pero que se convierte en grande por la fuerza emocional y narrativa con la que nos la cuenta Haifaa Al Mansour, descubrimos el lugar de las mujeres en un contexto social y cultural que sigue marcado por las más brutales leyes del patriarcado. Con la alianza de una interpretación fundamentalista de la religión, la sociedad en la que vive Wadjda la condena a ser un objeto, carente de subjetividad, sometida a un código moral mucho más restrictivo y humillante que el que se aplica a los varones. En las afueras de lo que en pleno siglo XXI, y al menos en algunas partes del planeta, entendemos como dignidad, que no es otra cosa que el espacio de autonomía que ha de permitir a cualquier individuo, hombre o mujer, ejercer sus derechos y libertades. Incluido el derecho a equivocarse, el derecho a ser malo o mala y , por supuesto, el derecho a desobedecer las normas heredadas. 


Me gustaría quedarme con ese final esperanzado en el que, dentro de los estrechos márgenes que el patriarca les permite, Wadjda y su madre se reencuentran y se reconocen en el ansia de romper las cadenas. De manera mucho más limitada en el caso de la madre, que tal vez lo único que pueda es cortarse el pelo largo que tanto gustaba al marido que la abandona por otra que pueda darle un hijo varón y abrirle las puertas a su hija, y de manera más contundente en las piernas de Wadjda que parecen conducirla a una promesa de libertad. Tal vez la que debe prender como llama en las mujeres más jóvenes que en un espacio como Arabia Saudí necesitan de una revolución urgente. La que Haifaa Al Mansour, una mujer que ha logrado hacer una película cuando todo lo tenía en contra y que además lo ha hecho con un pulso que ya quisieran para sí muchos directores consagrados, puede representar de la mano de esta historia que duele y que alimenta la militancia de quienes nos rebelamos contra todo tipo de grilletes. Los que frente a un relato como éste no podemos sino asumir que el feminismo continúa siendo la revolución pacífica y emancipadora sin la que no será posible sacar de la jaula a la mitad que continúa encerrada en ella.






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