Doce años de esclavitud
Steve McQueen, 2013
Steve McQueen, 2013
Hace unos días un alumno del Máster de Cultura de Paz presentaba un trabajo que he tenido la suerte de dirigir sobre el cine como herramienta generadora de empatía y, por tanto, como instrumento esencial para la educación en derechos humanos. Ayer pensé mucho en las reflexiones de Daniel Delgado mientras que veía la última película de Steve McQueen. En ella se nos cuenta la historia real de Solomon Northub, un hombre negro libre que fue secuestrado y vendido como esclavo. Basándose en el libro que el mismo Solomon escribió sobre su terrible experiencia, el director de "Shame" ha hecho una película intensa, dura, amarga, pero nada melodramática. Ha logrado esquivar el riesgo de incidir en el sentimentalismo, lo cual no quiere decir que no sea capaz de arañar emociones. En este caso las que tienen que ver con la angustia, el dolor, la rabia incluso que provoca ser testigo de la humillación de un ser igual.
Como todas las películas de McQueen, ésta es también tremendamente física. Es decir, podemos sentir el dolor en la piel, el sufrimiento en las carnes de los personajes, la ira en las miradas. En este sentido hay una clara línea de continuidad con "Hunger" y "Shame", aunque en ellas se cuenten historias muy distintas. En todas ellas, sin embargo, el director nos presenta a hombres "esclavos", encerrados por diferentes circunstancias, oprimidos. Por lo que al final su cine acaba siendo también una hermosa reflexión sobre la libertad del ser humano y sobre las muy diversas cadenas que nos limitan.
En este caso esa mirada resulta más obvia porque enfoca la más terrible negación de la humanidad cual es la esclavitud, la posesión de un hombre por otro, la negación en fin del que sólo puede agachar la cabeza. McQueen lo hace sin concesiones a lo esquemático, con hondura pero sin fuegos de artificio, planteando incluso la responsabilidad de quienes soportaron la humillación ( en esa terrible escena del protagonista colgado de un árbol mientras que los demás esclavos continúan aparentemente impasibles con sus tareas cotidianas). Tal vez Hannah Arendt tendría mucho que decir al respecto a partir de su teoría de la "banalización" del mal.
El cine no puede lograr ese efecto empático del que hablaba al principio si, además de contar con una historia sólida y una mano firme en la dirección, no cuenta con unos actores y unas actrices que den cuerpo a las emociones y que consigan el efecto de hacerlas creíbles, incluso de que sintamos como espectadores el dolor de los latigazos o la zozobra del que no sabe cómo salir del encierro. Steve McQueen ha sabido relatar esta historia con unos intérpretes que garantizan ese efecto y que hacen que su película no sólo sea creíble sino que también nos duela como un puñal clavado en el pecho. Algo que consiguen con especial brillantez Lupita Nyong en su interpretación de Patsy, la joven esclava de la que se encapricha el sádico Edwin Epps, y por supuesto Chiwetel Ejiofor (Solomon), cuya poderosa mirada es más que suficiente a lo largo de todo el metraje para transmitirnos su angustia y lo que la esclavitud supone de negación de la dignidad.
Un párrafo aparte merece Michael Fassbender, el actor fetiche de McQueen, que aquí vuelve a realizar una composición intensa, muy física, al estilo de las que realizaba en "Shame", aunque se trate de dos personajes que no tienen nada que ver. Si la mirada de Ejiofor basta para transmitirnos todo el caudal emocional de Solomon, la de Fassbender, ese azul intenso que hiere, consigue el mismo efecto con toda la perversión y brutalidad que encierra el personaje del esclavista Edwin Epps. El actor vuelve a demostrar que es una de las presencias más brutales del cine actual y que su magnetismo va más allá de su atractivo físico.
De la mano de estos actores, y de todos los demás que componen un elenco ajustado y brillante, McQueen consigue que sintamos el peso de la humillación. Que reconozcamos todo lo que de negación de la dignidad humana supone la esclavitud, cualquier proceso mediante el cual un hombre posee al otro, lo cosifica. Algo que es evidente en la historia de Solomon y de tantos otros y otras que la sufrieron en sus carnes en el contexto que nos cuenta "Doce años de esclavitud", pero que se sigue reproduciendo en otros muchos contextos en los que todavía hoy se le sigue negando a hombres y mujeres su capacidad de autodeterminación. De ahí el carácter incluso pedagógico de esta película que nos obliga a que miremos, y a que sintamos, el dolor que supone no tener derechos. Sin duda, y como bien diría Daniel Delgado, el primer paso para luchar por ellos.
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