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CUESTION DE PELOTAS

Las fronteras indecisas
Diario CORDOBA, 28-4-2014

Durante siglos la masculinidad hegemónica se ha construido sobre la proyección pública de los varones y sobre una concepción de la racionalidad excluyente de cualquier aspecto emocional. La hombría se definía en virtud del éxito en la producción, al tiempo que se huía del ámbito privado entendido como espacio de las mujeres y generador de hábitos y capacidades consideradas no masculinas. Mientras que los hombres cumplían con su rol de proveedores y eran educados, como bien señalara Stuart Mill, en la "pedagogía del privilegio", las mujeres se encargaban de mantener los vínculos emocionales y de desempeñar unos trabajos, los de cuidado, carentes de reconocimiento social y económico. Afortunadamente este binario jerárquico empezó a resquebrajarse a finales del siglo XX gracias a la progresiva incorporación de las mujeres a lo público y a la reflexión crítica que algunos hombres empezaron a hacer sobre su lugar en el mundo. Una tarea que dista mucho de estar concluida y que incluso en estos malos tiempos para la igualdad corre el riesgo de sufrir un claro retroceso.
De ahí que las palabras de Miriam González, la mujer del vicepresidente británico, defendiendo que "los hombres que cuidan de sus hijos tienen más cojones", resulten tan oportunas y necesarias. Porque más que nunca ahora son necesarias voces públicas, y sobre todo referentes sociales, que nos muestren que el camino hacia la igualdad real de mujeres y hombres pasa necesariamente por que nosotros revisemos nuestra subjetividad y porque junto a ellas articulemos de otra manera las relaciones entre lo público y lo privado. Un proceso que pasa inevitablemente por la valoración social y económica de los cuidados y por la reconstrucción de unas identidades masculinas que siempre han negado las virtudes y capacidades ligadas a dichos trabajos. Lo cual, entre otras consecuencias negativas, ha hecho que muchos hombres no disfruten los gozos que encierra la dimensión emocional del ser humano y la vivencia cotidiana de un espacio en que el que descubrimos nuestra interdependencia y alimentamos la empatía.
Por todo ello, me han resultado especialmente llamativas las declaraciones de uno de los candidatos a rector de nuestra Universidad cuando hace unos días afirmaba que "paso aquí más tiempo que en mi casa". Unas declaraciones que sin duda comparten buena parte de los hombres que siguen cifrando su identidad en virtud de su dedicación a lo público y que, al mismo tiempo, ponen de manifiesto que ello es posible porque siguen teniendo compañeras que se encargan de suplir sus ausencias en lo privado. Lo cual, obviamente, genera un contrato con condiciones desiguales y prorroga un modelo en el que el poder sigue siendo cosa de hombres.
Uno de los grandes retos de las sociedades democráticas, que de alguna manera estaba implícito en las palabras de Miriam González, sería pues la conquista de unas subjetividades masculina y femenina en las que convivan de manera equilibrada sus dimensiones pública y privada. Entendiendo además que por ejemplo la dedicación a los trabajos de cuidado, el tiempo que se invierte en la familia o en el desarrollo afectivo, no resta sino que suma capacidades y excelencia. De manera que lleguemos incluso a la conclusión de que sería un mejor rector o una mejor rectora aquel hombre o aquella mujer que han sabido conciliar razón y emoción, público y privado, los despachos y la vida. Porque solo de esta manera podremos avanzar no solo hacia una sociedad más justa sino también hacia un modelo de convivencia en el que todas y todos podamos vivir con mayor plenitud y felicidad. Lo cual pasa, insisto, por revisar el modelo que ha definido durante siglos lo que significa ser un hombre de verdad. Algo que no estaría mal que empezara a asumir el que sea futuro rector de la UCO, dado su valor de referente en el contexto educativo. De lo contrario, mucho me temo que habría que poner en duda su compromiso real con la igualdad.

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