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LA CAMPEONA INVISIBLE

Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 9-9-2014

Una de las evidencias del patriarcado, entendido como orden cultural y como estructura de poder que mantiene una diferenciación jerárquica entre hombres y mujeres, es la irrelevancia que sigue concediendo a los logros de las segundas y la invisibilidad que ellas siguen sufriendo en muchos ámbitos. Uno de los que todavía con mayor virulencia, y a pesar de las conquistas que se han ido alcanzando en los últimos años, mantienen esa negación del hacer de la mitad es sin duda el deportivo. Basta con analizar los espacios televisivos dedicados a la información de dicho ámbito, saturados de fútbol, que es el deporte heteropatriarcal por excelencia, o la sección correspondiente de cualquier medio de comunicación en el que ellas suelen brillar por su ausencia o bien por una presencia muy reducida. Esta tendencia, afortunadamente, ha empezado a romperse en nuestro país, sobre todo porque en los últimos años las deportistas españolas han alcanzado logros que ya quisieran para sí sus colegas varones y eso ha obligado a que ocupen portadas que hasta entonces habían sido patrimonio exclusivo de ellos.
Si al factor de género unimos un deporte que no responde a las expectativas mercantilistas del deporte rey, ni genera por tanto pasiones tribales ni mucho menos audiencias millonarias para las televisiones, el resultado acaba siendo penoso. Es decir, la consecuencia evidente es la invisibilización de los logros, la ausencia de focos que difundan la noticia y, en consecuencia, el mantenimiento de unos esquemas que contribuyen a mantener una socialización diferenciada entre chicos y chicas. Unos esquemas en los que ellos siguen representando lo valioso, la referencia universal, el poder y la autoridad, mientras que ellas parecen condenadas a ser las actrices de reparto, las eternas segundonas o, en el mejor de los casos, la anécdota con el que el machito de turno corroborará que, en líneas generales, ellas no pueden estar a la altura competitiva de ellos.
En las últimas semanas ha vuelto a producirse en nuestra ciudad un caso muy evidente de esta ceguera patriarcal que hace que las luces solo se enciendan en el Arcángel y que el brillo solo corresponda a los que exhiben la adecuada testosterona. La atleta egabrense María Dolores Jiménez Guardeño consiguió en los Campeonatos de Europa de atletismo de veteranos celebrados en la ciudad turca de Izmir del 22 al 31 de agosto, cinco medallas. Tres medallas de oro --en 1500 metros, 800 y 2.000 obstáculos-- y dos de bronce --en 400 metros y 4x400 relevos-- avalan una actuación que, de haber sido protagonizada por un hombre, lo habrían convertido en una especie de héroe como mínimo local. La hazaña de Loli ha pasado sin embargo desapercibida en los medios de esta ciudad. Solo la prensa de su Cabra local, y algún medio especializado, se ha hecho eco de lo que ha supuesto una actuación memorable que hizo que la coronaran como la mejor atleta de los campeonatos.
En el caso de Loli obviamente yo no puedo ser objetivo, ni quiero serlo porque soy sujeto y por lo tanto persona que siente y que se posiciona. Ella es la madre de mi hijo y será siempre, aunque la vida nos lleve por otros derroteros, la fiel amiga que conocí en la adolescencia. Por eso, y porque ella también representa la lucha que las mujeres aún deben afrontar para ser reconocidas, sentí que merecía unas líneas de homenaje y afecto. Porque sus músculos de atleta luchadora simbolizan la de muchas deportistas que continúan siendo devaluadas, por más que se organicen carreras folclóricas de la mujer que más que ayudar a igualarlas las mantiene como una especie de minoría a la que proteger de forma paternalista. Porque la igualdad, también en este caso, pasa por el igual reconocimiento y por la igual celebración. Todo lo demás no son más que brindis al sol que acallan la mala conciencia del patriarca.

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