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CON UN PAR DE OVARIOS

Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 2-2-2015


Todos los que entendemos que la democracia o es paritaria o no es, no reivindicamos otra cosa que el igual acceso de las mujeres al poder y su presencia en los espacios que durante siglos han sido dominados por una cuota cien por cien masculina. Ello implica por tanto reconocer el derecho de las mujeres a ser tan buenas o tan malas como los hombres. Es decir, de la misma manera que la vida pública ha estado y está, lamentablemente, llena de hombres impresentables, también ellas deben tener derecho a demostrar que pueden gestionar lo público con el mismo mérito y capacidad que ellos, pero también con el mismo grado de incompetencia y hasta de cinismo. Es decir, no creo que la presencia de mujeres suponga automáticamente otra manera de entender lo público, sobre todo porque no todas las mujeres tienen conciencia feminista y porque el mismo sistema se encarga de que muchas asuman los referentes masculinos si quieren acceder y sobre todo mantenerse en el poder.
La jugada de Susana Díaz adelantando las elecciones y generando una inestabilidad interesada es un buen ejemplo de que no necesariamente una mujer en el gobierno supone una ruptura con las maneras patriarcales de entender la público. Su misma trayectoria de política amamantada por el partido y carente de un currículo previo, profesional o laboral, en el que haya demostrado ciertas capacidades, no hace sino corroborar el modelo de representante del que creo buena parte de la ciudadanía está tan asqueada. Es decir, ese o esa representante que ha convertido la política en una profesión y que ha gestado su carrera gracias a unas férreas estructuras partidistas que, solo bajo la apariencia formal de democracia interna, prorrogan las oligarquías.
Ese modelo de representante difícilmente casa pues con espacios de diálogo y de discrepancia, porque su proyección personal está vinculada a mantenerse en una estructura que es la que le otorga un cierto estatus y un reconocimiento público. Esa dependencia no solo lleva fácilmente a comulgar con ruedas de molino sino también a generar una compleja red de clientelas alrededor. Algo de lo que sabemos mucho en una Comunidad Autónoma como la nuestra en la que durante más de tres décadas ha gobernado el mismo partido y en el que se han alimentado los vicios propios de la tenencia prolongada del poder.
Susana Díaz ha actuado no como dice ella en nombre de los intereses de los andaluces y las andaluzas, sino en su propio interés y en el de su partido. Por más que intente vendernos un discurso mesiánico, y que apela más a lo emocional que a lo racional, creo que ningún ciudadano sensato puede discutir que su decisión está más vinculada a objetivos electoralitas y a su propio itinerario como profesional de la política. Algo perfectamente legítimo desde el punto de vista del marco normativo que regula nuestro modelo parlamentario, por más que éticamente nos chirríe a los que, tal vez ilusos, seguimos pensando que la democracia se merece mayor altura de miras y mayores dosis de generosidad.
Como buena política que sigue los cánones masculinos, Susana Díaz ha demostrado ser ambiciosa y tener voz firme. Dos cualidades que cuando se predican de los hombres se asumen como naturales y hasta beneficiosas, mientras que cuando son demostradas por las mujeres se someten a un escrutinio con un insoportable tufillo machista. Cuestión distinta es que a algunos nos gustaría que lo público se rigiera por otros parámetros, algo que por cierto buena parte del feminismo lleva siglos reclamando frente al sistema competitivo y jerárquico que representa el patriarcado. Pedirle ese nivel de compromiso a Díaz tal vez sería demasiado. De momento, lo único que nos ha demostrado es que tiene un buen par. De ovarios, claro. Algo que quizás justo en estos momentos no le baste para ganar unas elecciones con la holgura que ella desearía.

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