Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 6 de julio de 2015
Diario Córdoba, 6 de julio de 2015
En esta nuestra querida ciudad, aunque me imagino que no suceden cosas muy distintas en otras de similar tamaño y características, llevamos décadas, siglos diría yo, intentando conciliar el pasado que a veces es un lastre con un presente que apenas consigue asomarse al futuro. Además de nuestra particular tendencia a convertirnos en víctimas y a fustigarnos, seguimos de alguna manera prisioneros del dilema que supone sentirnos orgullosos de un patrimonio histórico y cultural que nos define y, al mismo tiempo, tener la valentía de mirar otros mundos. Esta permanente tensión nos hace perder mucho tiempo y energías, contribuye a alimentar las guerras tribales y nos sitúa casi de forma perenne en la indefinición que caracteriza a nuestro modelo de ciudad. Aunque tal vez, como demuestran los últimos acontecimientos marianos y festivos, la bulla, como bien explicaba hace unos días mi admirado Angel Ramírez, haya terminado por convertirse en elemento que nos dé un sello con el que distinguirnos en este mundo en el que todos parecen luchar por las pernoctaciones y los contratos basura. Miedo me da que esa propuesta alcance el valor de definitiva porque sería justo lo contrario a lo que siempre soñé que debería ser Córdoba, es decir, un lugar de diálogos y encuentros, de efervescencia creativa y de reconocimiento del otro. Tres horizontes que, me temo, difícilmente hallan cobijo en las colas de los patios, en las devociones cofrades o en las noches blancas, ruidosas y algo catetas con las que pretendemos levantar cabeza. Todo ello con el debito respeto a Sting o Bob Dylan, megastars de un Festival que cada vez se parece más, salvando las distancias, a una edición de luxe del "Qué tiempo tan senil" de la Campos.
Menos mal que en este desierto cordobés de vez en cuando van surgiendo oasis que rompen las líneas rectas, iniciativas sobre las que acabo preguntándome como es posible que aparezcan en una ciudad tan cruel con sus hijos e hijas, pequeñas ventanas que se abren para que entre algo de aire que no huela a incienso. Mucho más de un año lleva ya rompiendo esa monotonía una experiencia tan atípica entre nosotros como El Arsenal, a la que ahora se suma, después de tantos y tantos obstáculos, la apertura de La Pérgola como un espacio en el que se va a intentar, espero que con éxito, que confluyan otras energías y experiencias. Entre medias, casi deberíamos señalar como un milagro, me temo que no realizado por alguno de los muchos cristos o de las muchas vírgenes que casi semanalmente pasean por nuestras calles, la apertura de ese lugar que es mucho más que una librería y que responde al comprometido nombre de La república de las letras. Una pequeña gran república en la que es posible al fin recuperar el pulso cívico que representan los libros y la fuerza reconstituyente de un café hecho al hervor de las palabras.
En este bochornoso comienzo de julio, en el que a fin una alcadesa se atreve a hacer realidad en las estancias municipales el mandato del artículo 16 de la Constitución, es posible por tanto ir sumando los pequeños grandes regalos que nos ofrece esta Córdoba tan siniestra a veces pero tan luminosa otras. Admiro y aplaudo la valentía de las mujeres y hombres que se han lanzado a la aventura de Modo, como envidio la coherencia de la bibliotecaria Ana o el arrojo de quienes hacen de El Arsenal un lugar donde siempre está pasando algo. Seguro, además, de que existen otras muchas personas agazapadas, invisibles, escondidas tal vez, que podrían sumar miradas contemporáneas y músculo transgresor a esta ciudad que tanto lo necesita. Es el momento pues de salir del armario y reconocer que también aquí es posible habitar el siglo XXI. Demostremos pues que, además del modo cofrade, en Córdoba caben otros modos de entendernos, de disfrutarnos y de, al fin, multiplicar cultura y alegría
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