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TRUMAN, EL PLANETA MASCULINO

La anterior película de Cesc Gay, la más que interesante Una pistola en cada mano, fue un auténtico retrato de una generación de hombres que, en pleno siglo XXI, estamos viviendo el desconcierto de unos tiempos en los que ya empieza a desencajar el referente de una masculinidad hegemónica en el que todos nosotros nos habíamos socializado. De alguna manera, aunque desde mi punto de vista a gran distancia de Una pistola..., Truman viene a ser una continuación de aquellas historias. Es decir, los personajes que interpretan Ricardo Darín y Javier Cámara bien podrían haber protagonizado una de las historias "de hombres" que Gay puso ante el espejo de su propio fracaso. Sin embargo, lo que en aquella película a mí me pareció brillante, tanto que como he escrito en otro lugar creo que bien podría ser un tratado del desconcierto del sujeto viril en el siglo XXI, en esta ocasión se vuelve mucho más plano, sentimentaloide y sin la capacidad incisiva que mostraba la anterior película del director catalán. En aquella ocasión, y frente a unos hombres desarmados, aparecían mujeres autónomas, inteligentes, libres y con más capacidad para gestionar sus vidas. En Truman, sin embargo, las mujeres apenas existen y cuando aparecen lo hacen de manera devaluada o muy secundaria. Por lo tanto, no sé si el director pretendía hacer un análisis de las masculinidades a partir de la relación de amistad de dos hombres, pero si ese era su finalidad lo ha hecho en el contexto de una historia planteada y contada con los mimbres del patriarcado. Es decir, con una mirada exclusiva y brutalmente masculina, en la que parece olvidarse que vivimos en un contexto relacional y, sobre todo, en una sociedad en la que, por muy importantes que sigamos siendo nosotros, ellas ya no son - o mejor, no deberían ser - los personajes secundarios. 

Lo mejor del reencuentro durante 4 días de dos viejos amigos que vuelven a verse cuando uno de ellos, Julián (interpretado con su solvencia y hondura habitual por Ricardo Darín) se enfrenta a una enfermedad terminal, es como se nos muestra la incapacidad que seguimos teniendo los hombres para expresarnos emocionalmente, para comunicarnos desde la vulnerabilidad y para reconocer que la fragilidad nos hace seres dependientes. Algo que el personaje que interpreta Javier Cámara, a enorme distancia de Darín y para mí siempre con muchas carencias expresivas, pone en evidencia. Sin embargo, su amigo, tal vez porque su cercano final le hace ponerse el mundo por montera, es capaz, aunque nos siempre, de dejarse llevar por lo que siente y no tanto por lo que piensa. Su racionalidad de machito - recordemos que el fue un galán cinematográfico y que en los escenarios representa al Valmot de "Las amistades peligrosas" - se ha ido agrietando, debilitando, como consecuencia de sentirse físicamente derrotado. Frente a él, su amigo es incapaz de generar una corriente empática, de compartir palabras y de desnudarse. Es Julián el que tiene que pedirle que no lo deje dormir solo y es Julián el que en un gesto de socorro esa noche le acerca la mano para que se la agarre mientras duerme. Aunque tampoco Julián sea capaz de abrir el corazón con su hijo, con el que no ha sabido articular una relación sostenible, de paternidad presente y no basada en los silencios y en los sobreentendidos.

Estos dos hombres parecen vivir en un mundo en el que solo importan sus discursos, sus problemas y su visión de mundo y de la vida. A su alrededor, y digo bien, a su alrededor, que no con ellos, hay mujeres, pero parecen satélites dando vueltas al planeta que representan dos hombres incapaces de reconocer que la verdadera enfermedad no es el cáncer sino su discapacidad emocional. Una discapacidad que han  podido cultivar porque siempre han tenido cerca mujeres encargadas de mantener los vínculos que ellos no pueden sostener (la ex de Julián que es la que consigue gestionar lo doloroso del momento con el hijo de ambos, la prima de Julián que es como siempre una cuidadora y que además da placer sexual al amigo, la mujer de éste a la que ni vemos ni importa que exista, la novia del hijo que parece una conquista "francesa" de la que presumir).  En ese mundo viril los que de verdad importan son hombres: el veterinario, el médico, el encargado de la funeraria, el productor de teatro. La vecina se encarga de cuidar el perro, la exmujer de cuidar al hijo, la prima de llevarle las medicinas y de mantener vivos los vínculos. 

En el relato de Julián y Tomás ellas no merecen confianza ni otorgan seguridad. Cuando Julián sueña prefiere que lo rescate su padre, su madre lo haría mal, a destiempo, impuntual, mejor no contar con ella. Cuando busca un adoptante para su perro, las mujeres candidatas, porque solo son ellas, aparecen más como una amenaza (sobre todo el personaje que encarna Susi Sánchez) que como una garantía de que sepan cuidar correctamente de Truman. Lo cual es sin duda la gran paradoja perversa en una narrativa que precisamente parece partir de que el rol femenino es precisamente ese: cuidar, acompañar, estar disponibles.

La película se sostiene gracias al poderío de Ricardo Darín, a años luz de un Javier Cámara que nunca logra transmitirme la hondura de sus personajes, y a un guión que tiene las dosis adecuadas de comedia para no convertir en apabullante el drama que subyace en la historia. Que insisto, no es tanto la enfermedad de Julián sino la pérdida de rumbo de unos hombres que desde niños aprendieron a no desarrollar sus afectos, a no asumir sus vulnerabilidades y a no crear, con las mujeres y con otros hombres, relaciones basada en la necesidad de reconocerse y abrazarse. De hecho, en la última noche que podrían haber pasado juntos, Tomás acaba follando con la prima de Julián. Como buen hombre, es incapaz de vaciarse emocionalmente con el amigo y sustituye ese imperativo por el de vaciarse físicamente con la chica dispuesta que encuentra al lado. La misma que compra medicinas, que se preocupa por su primo y de la que apenas nada sabemos de su vida, porque no importa. Aquí lo que importan son ellos, y el perro claro. Truman es la metáfora de cómo los hombres acabamos entendiéndonos mejor con los animales que las mujeres. Algo de lo que ellas obviamente no son las culpables. Tal vez deberíamos empezar por asumir que más nos valdría parecernos algo más a los perros...


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