Ir al contenido principal

Sobre el Estado (patriarcal) de Derecho

He de confesar que ni Tom Hanks ni tan siquiera Steven Spielberg son santos de mi devoción cinematográfica, por más que reconozca la capacidad del primero para que el espectador conecte con él y la del segundo para rodar con la maestría de un clásico. Por eso no esperaba excesivas alegrías de su última película juntos. Sin embargo, El puente de los espías me ha sorprendido gratamente, y más allá de los toques tramposos tan habituales en el director de ET o de la visión un tanto maniquea del contexto histórico, por toda la lección que encierra, sobre todo en su primera mitad, sobre lo que podemos considerar derechos fundamentales en un Estado constitucional. El compromiso de Donovan, el abogado que interpreta Hanks, con la comprensión de los derechos de defensa como universales y sustanciales a la dignidad humana, y por lo tanto también aplicables al espía soviético que le toca defender, constituye un ejemplo tremendamente pedagógico de cuál es el mayor tesoro de un Estado de Derecho. Por otra parte, la definición republicana de la nación que Donovan esgrime - son las reglas del juego las que nos definen como ciudadanos - es todo un alegato en favor del "mínimo común denominador" democrático como base de una convivencia respetuosa con la igual dignidad de todas y de todos. Siguiendo muy cerca de la tradición del mejor cine clásico norteamericano - imposible no recordar Doce hombres sin piedad, Anatomía de un asesinato o Matar a un ruiseñor -, Spielberg construye una perfecta maquinaria narrativa en la que, más allá de la trama central de la película, nos ofrece un maravilloso pretexto para reflexionar sobre cuáles son las diferencias esenciales entre un Estado que tiene Derecho y otro que merece calificarse como "de Derecho". De ahí que sería indispensable su visionado entre, por ejemplo, mi alumnado del primer curso de Derecho Constitucional.

El contexto de la guerra fría, que insisto es dibujado por Spielberg con una excesiva simplicidad maniquea, y de unos años 50 en el que el miedo se convirtió una vez más en el mejor aliado de los poderosos, puede ser igualmente un buen escenario para analizar como la justicia que el personaje de Hanks reclama es entendida en términos patriarcales. Estamos ante una película de hombres, en la que las mujeres solo representan el rol subordinado que les permite el "contrato sexual" (esa esposa que vuelve  a hacer el personaje de Penélope, esa novia cuya foto vemos en el avión, esa mujer plañidera y un tanto histérica, esas secretarias que apenas hablan) y en la que por tanto vemos de nuevo la historia contada solo desde la perspectiva de los protagonistas. A ellas ni se las ve ni se las espera en la administración de justicia, ni en la resolución de conflictos, ni en los despachos que mueven el mundo. Por lo tanto, la película es también un magnífico pretexto también para analizar como durante siglos el Estado de Derecho diferenció entre los "sujetos de Derecho" y las "sujetas al Derecho". Entre el héroe de la película y la amada que sufre en silencio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n