Desde muy pequeño me recuerdo escribiendo. De hecho, en una de las fotografías más entrañables que conservo en mi casa, aparezco al lado de mi tía M Luz con un cuaderno y un lápiz. Ella a mi lado, más como testigo que como maestra. Yo mirando el objetivo como queriendo decirle al mundo que las palabras eran mi juego favorito. Al tiempo que fui haciendo más grande el planeta a través de los libros que devoraba, fui sintiendo cada vez más la necesidad de hacer míos los papeles en blanco. Todas ellas autobiografía. Una manera también de expresar lo que mi timidez o mi cobardía, o ambas cosas a la vez, me impedían compartir más directamente.
Durante un tiempo soñé con estudiar periodismo, dudé qué camino seguir, aunque siempre tuve claro que nunca podría hacer nada que no tuviera que ver con el valor de la palabra escrita. Pasados los años descubriría que ese valor es también de la política, el del compromiso cívico, el de la empatía. Nunca tuve temor a enseñar lo que escribía, al contrario, pronto sentí la necesidad de compartirlo. Tenía la sensación de que esa tarea a la que me entregaba no tenía sentido si quedaba encerrada en un cajón. Escribí para concursos, para certámenes, para actividades escolares, para amores adolescentes. Hasta que un día tuve la oportunidad de que uno de mis textos apareciera en un periódico, ocupando casi toda una página, recuerdo que hablando, de manera muy ingenua claro, sobre la libertad. Ese periódico fue el Diario CORDOBA. Nunca olvidaré la mezcla de gozo y nerviosismo que sentí al ver mi nombre impreso, mis palabras que ya no parecían mías y pensé en cuántos ojos aquel día podrían ponerse sobre un texto que ya había abandonado el refugio de mi máquina de escribir.
Años más tarde, lo que empezó siendo una colaboración esporádica, se convirtió en una cita quincenal que todavía hoy me mantiene alerta. Son ya prácticamente veinte años en los que, a través de mis artículos, he ido recorriendo la vida de esta ciudad, de este país, mi propia vida. En esos trozos de mí mismo he ido desvelando mis pasiones, mis convicciones, mis debilidades, mis derrotas y mis triunfos. No he dejado de posicionarme y de sentir al mismo tiempo la enorme responsabilidad que supone tener una tribuna en la que tu voz puede hacerse la voz de muchos. Y lo he hecho siempre desde la más venturosa de las libertades, y ello a pesar de que hubo momentos especialmente complicados en los que mi rebeldía frente al orden establecido chocaba insistentemente con quienes entonces querían controlar desde este medio las conciencias.
Salvo en ese episodio del que tanto aprendí y que tanto me fortaleció, este periódico me ha hecho siempre el enorme regalo de confiar en mi criterio, de abrirme las puertas a lo que casi siempre intento que fomente el dolor de la lucidez y la incomodidad de luchar contra lo que me parece injusto. Y sin que ello suponga ningún ejercicio de heroísmo por mi parte, no he dejado de sentir que mis palabras en muchos casos son también las de aquellas y aquellos que no tienen la oportunidad de que su voz sea pública.
Gracias a mis artículos en el periódico, el que desde siempre ha estado en los bares, en las bibliotecas, en los colegios, me he asomado al mundo y el mundo me ha descubierto a mí. He generado complicidades y militancias, amores y por qué no también, algún que otro odio. Pero sobre todo no he dejado de crecer como hombre imperfecto, eterno aprendiz y ciudadano insatisfecho. Por todo ello, que es tanto, no puedo sino celebrar los 75 años de un espacio en el que me nutro de energía cívica y de emociones. Las que espero que sigan llegando a los lectores que, sin saberlo, hacen que siga siendo el niño a que miraba cómplice su tía.
Las fronteras indecisas, Diario Córdoba, 22 de febrero de 2016
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/periodico_1020260.html
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