Ángela es pequeña por fuera pero muy grande por dentro. En su cuerpo menudo habita una mujer poderosa, valiente, capaz de iluminar con sus múltiples compromisos la cobardía de quienes solo somos vulgares imitadores de su poderío. Desde siempre, y puedo imaginar que mucho más a medida que ha ido sumando años, ella se ha rebelado contras las injusticias y lleva grabado en su piel que todo lo personal es político. Antes que cualquier otro adjetivo con el que seguramente me quedaría corto al describirla, ella lleva con orgullo los de feminista y socialista, dos términos que riman aunque no necesariamente siempre hayan ido de la mano.
Aunque nos separan cientos de kilómetros, físicos que no emocionales, me consta lo mucho que ella ha sufrido en las últimas semanas. Desde la distancia he sentido cómo le dolía su alma de izquierdas y como, entre la impotencia y la desubicación, contemplaba las fracturas de su partido, las cuchilladas twiteadas y los hilos incapaces de coser tanto desgarro. Desde este Sur en el que tantos estamos hartos de líderes y lideresas que creen que la política es una forma de vida y no un servicio público, y en el que nos sobran salvadores y salvadoras que nos tratan con paternalismo, he comprobado cómo sufría tu ánimo de mujer luchadora e infatigable. Una de esas muchas que hace tiempo entendieron que el feminismo es un aforma de vida, una posición ética frente al mundo y que, por tanto, difícimente se puede ser de izquierdas sin haber aprehendido que la igualdad de género es el núcleo de la democracia.
En mi querida Ángela, y en otras tantas como ella que entienden la política como una exigencia cívica que debería interpelarnos a todas y en consecuencia hacernos corresponsables de lo que sucede en lo público, he visto el desgarro de muchas personas socialistas que han asistido dolidos al espectáculo de un partido que hace tiempo volvió su mirada hacia los oligarcas y que ahora, más que nunca, parece haber perdido la brújula que durante su larga historia no dejó de indicarle el verdadero camino de la izquierda. Es decir, el camino que lleva a la igualdad material, la justicia social y el empoderamiento de los más vulnerables. Al sentirme cómplice de Ángela lo he sido de todas las militantes que se han sentido ignoradas, silenciadas y, por qué no, traicionadas, algo de lo que por cierto saben mucho las mujeres, tan acostumbradas a lo largo de la historia a ser las perdedoras de las revoluciones que acaban ganando los hombres.
Es larga la travesía por el desierto que le espera a un PSOE desnortado, herido de muerte en algunos costados e incapaz de desmarcarse por el momento de los intereses que alimentan las elites neoliberales. En un escenario que nada tiene que ver con el de los años de la transición, aunque paradójicamente sigamos teniendo las mismas reglas del juego, el partido no saldrá del fango mientras no supere complejos, se libere de hipotecas que frenan sus impulsos emancipadores y vuelva al lugar del que nunca debió salir: el espacio de la ciudadanía para la que sin el adjetivo social no tienen sentido ni el Estado de Derecho ni el democrático.
Tras un fin de semana en el que, en muchos sentidos, hemos vuelto a retrasar el reloj, y en el que imagino que los de siempre habrán brindado satisfechos, a mí me gustaría estar cerca de ti, querida Ángela, y que nos tomáramos un agua de Valencia a la salud de todas aquellas personas que saben que quien calla otorga y que a veces un no supone el mayor ejercicio de libertad. En nombre de quienes todavía hoy, pese a todo, ponen sus convicciones por encima de los intereses de aquellos que tan cínicamente dicen ser de izquierdas y permiten un gobierno de derechas.
* Publicado en Diario Córdoba, 31-10-2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/militante-socialista_1093284.html
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