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HOMBRES SIN PRESENTE

"No todo el mundo puede convertirse en lo que desea ser". Estas fueron las primeras palabras que escribió Hirozaku Koreeda cuando empezó a escribir el guión de su película Después de la tormenta. Esa mirada sobre los sueños frustrados, sobre la realidad que se impone y sobre la estrechez a la que se reducen los horizontes, ha acaba siendo finalmente en la pantalla una mirada sobre la crisis que los hombres llevamos viviendo desde ya hace algunos años y que a mi parecer va a constituir una de las grandes cuestiones sociales y políticas del siglo XXI. El protagonista, Ryota, un escritor que no encuentra la manera de enderezar su vida, representa a la perfección el sujeto masculino que es prisionero de las expectativas - las personales y las sociales -, que arrastra como una cadena su estricta definición a través de los logros y que es incapaz de asumir que la fragilidad forma parte inevitablemente de cualquier ser humano y que, por tanto, el secreto de la felicidad consiste en saber gestionarla con inteligencia emocional.

"Los hombres son hoy los desconfiados", comenta unos de los personajes de la agencia de detectives en la que trabaja Ryota, al parecer para encontrar la inspiración que no le llega para su segundan novela. No es solo que los hombres desconfíen de sus parejas, es que se hallan perdidos ante un mundo en el que las mujeres ha dejado de ser la otra parte del contrato sexual y en el que las reglas del juego hace tiempo que empezaron a definirse con otras cláusulas. De esta manera, andan la mayoría como seres discapacitados, desnortados y en el peor de los casos a la deriva. Como individuos cuya niñez se prolonga indebidamente y que no logran equilibrar las múltiples facetas en las que, tanto en lo publico como en lo privado, deberían desarrollar su personalidad. En este sentido, Ryota es también un padre ausente que no sabe bien como hacerse presente, que intenta ganarse la confianza de su hijo sin resistirse a cumplir para él el papel de héroe, que no asume que la que fuera su esposa es ahora una mujer que hasta puede enamorarse de otro, que aún no ha sido capaz de ir más allá del peso que para él supone la figura de un padre con el que adivinamos que faltaron palabras y afecto.

Koreeda nos cuenta esta historia de una familia encerrada - el piso pequeño, agobiante, es toda una metáfora - en las limitaciones generadas por el propio fracaso de sus expectativas con el tiempo y la mesura que tan bien dominan los cineastas japoneses. Unos especialistas en mostrarnos como el tiempo del cine, para que se convierta en tiempo de arte, debe circular como quien pasea por el campo disfrutando de las maravillas de la naturaleza. Gracias a esa medida del tiempo, y a su singular capacidad para adentrarse en los interiores de las relaciones humanas, Koreeda ha vuelto a conseguir, al igual que ya hizo en obras anteriores como De tal padre tal hijo o Nuestra hermana pequeña,  una emocionante reflexión sobre los escurridizos que son los vínculos familiares, sobre los inestables equilibrios que nos hacen balancearnos siempre entre el ansia de autonomía y la necesidad de afectos. Y lo hace no solo presentándonos a un hombre perdido sino también a unas mujeres - su madre, su ex esposa, su hermana - que aparecen como más fuertes, firmes e inteligentes incluso. Mujeres que se rebelan contra los espacios pequeños y que no dejan de darle oportunidades a los sueños. Mujeres que tienen una relación más fértil con la vida. Mujeres entre las que sobresale la madre del protagonista, una mujer mayor que parece haberse liberado del lastre que fue su marido (esa mariposa que la persigue y la que le dice lo feliz que es ahora),  que no renuncia a aprender (es maravillosa la escena en que con otras mujeres mayores asiste a clases de música clásica) y que es capaz de sostenerse en la vida con un agudo sentido del humor y nutriéndose con el arte del cuidado que solo ellas han atesorado desde siempre.  Una mujer mayor que se rebela contra la soledad y que es la gran protagonista de esta historia, por más que en la vida real insistamos tanto en que los seres como ella no pueden ser ya más que secundarios.

Después de la tormenta es una película sobre todos nosotros, sobre cómo nos sentimos de pequeños ante los tifones que nos sacuden, sobre la barra de equilibrio en la que caminamos cada día para no defraudarnos a nosotros mismos. Y, más allá de su lección sobre la imposible felicidad, es todo un aviso para que nosotros, los sujetos de sexo masculino, nos pongamos las pilas si no queremos acabar como Ryota, de desilusión en desilusión, a la espera de saber cómo escribir nuestra segunda novela, ejerciendo una insatisfactoria paternidad o esclavos de lo que fuimos y ya no seremos. Porque uno de nuestros grandes errores, como bien le apunta su madre al protagonista, es no saber disfrutar del presente. Prisioneros siempre entre el pasado que ya no será y un futuro en el que depositamos, como si se tratara de una lotería, todas nuestras esperanzas.

Después de la tormenta, Hirokazu Koreeda, Japón, 2016.
Filmoteca de Andalucía, Córdoba, 29 diciembre 2016


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