A quienes nos movemos en el mundo del Derecho, no nos han
extrañado del todo las declaraciones que el magistrado del Supremo Antonio
Salas acaba de hacer sobre la violencia machista. Ahí están por ejemplo las reiteradas denuncias
de la Asociación de Mujeres Juezas que ponen en evidencia cómo la Judicatura
continúa siendo un espacio terriblemente patriarcal y androcéntrico. No hace
falta más que repasar los planes de estudio de las Facultades de Derecho o la
formación específica que reciben los futuros titulares de los juzgados para
comprobar cómo el género continúa siendo una herramienta analítica invisible,
como la igualdad entre mujeres y hombres apenas si es con suerte el pretexto
para una línea de alguna guía docente o no digamos cómo el feminismo es
despreciado como argumento científico serio. Por lo tanto, lo realmente
sorprendente sería que nos encontráramos con jueces, y con juezas, que hayan no
solo aprendido sino también aprehendido lo que implican social y políticamente
las relaciones de género, así como las consecuencias que el patriarcado en
cuanto estructura de poder provoca en las subjetividades y en los vínculos que
establecemos entre nosotros y ellas.
Las declaraciones del magistrado Salas, que por supuesto ponen
en evidencia el discurso ideológico que todavía está muy presente en parte de
la Judicatura y no digamos de la sociedad, demuestran justamente lo que él
trata de desmentir. Es decir, que difícilmente avanzaremos en términos de
igualdad de género, y por lo tanto
estaremos en el camino de reducir las múltiples violencias patriarcales,
mientras que no modifiquemos no solo un orden político sino también cultural en
el que seguimos dando por buenas las jerarquías establecidas en base a
supuestas diferencias biológicas y en el que identificamos la humanidad con la
varonidad. Estos presupuestos se nutren además de la naturalización de unas
determinadas estructuras de poder que siguen manteniendo a los varones en los
púlpitos. En este contexto cualquier comportamiento “desviado” tiende a
justificarse de manera individual – de ahí el fracaso de buena parte del
Derecho Antidiscriminatorio - , aludiendo, como hacía Salas, a la maldad de
determinados sujetos o al argumento que
durante siglos ha servido para justificar la plusvalía de la masculinidad, es
decir, la fuerza física. Una
justificación que, de entrada, debería hacer que nos planteáramos por qué estos
hombres tan malos y tan fuertes no suelen proyectar su maldad sobre sus
animales de compañía, sus vecinos o sus jefes, sino que suelen concentrarla en
la que es o ha sido su compañera. Este (des)enfoque del problema desconoce, no
sé si interesadamente, que los individuos no vivimos ni crecemos aislados, sino
que nos construimos en un marco relacional que implica poder y en el que
continuamente entran en conflicto intereses, derechos y bienes a repartir. Por
lo tanto, y ese es el permanente reto con el que se ponen a prueba los sistemas
democráticos, hemos de arbitrar fórmulas que nos permitan construirnos y relacionarnos
como sujetos iguales desde nuestras diferencias en un espacio de convivencia
pacífica. Ello pasa necesariamente por educarnos también éticamente en la
responsabilidad que supone el reconocimiento de los/las otros/as y en el
desarrollo de una subjetividad que nos permita establecer lazos de empatía y
solidaridad con quienes convivimos. Unos objetivos que hoy por hoy continúan
siendo un reto urgente si tenemos en cuenta la todavía evidente desigualdad que
en todo el planeta, incluidas sociedades democráticas como la nuestra, sigue
habiendo entre la mitad masculina y la femenina de la Humanidad.
Es evidente que Antonio Salas, como suele pasarle a quienes
hacen alarde posiciones machistas y no digamos de quienes han convertido en un
discurso el desprecio del feminismo, carece no solo de una básica formación
desde una perspectiva de género sino también de la mínima sensatez y sentido de
la ponderación que uno debería esperar de un buen jurista. Sus insensatas
declaraciones son una prueba más de cómo a día de hoy continúa siendo urgente y
necesaria una ley tan discutida como la que en 2004 el legislador español
aprobó contra la violencia de género. Y lo sigue siendo muy especialmente en
esos apartados que me temo han sido los peor desarrollados y los que menos
eficacia práctica han tenido: los que tienen que ver justamente con la
prevención y sensibilización en la materia. En este sentido, la Ley Orgánica
1/2004 debe contemplarse siempre complementada con la Ley Orgánica 3/2007, para
la igualdad efectiva de mujeres y hombres, en cuanta ambas contienen un
programa ambicioso en lo relativo a la educación, la socialización en general,
en materia de igualdad de género. Un programa que en gran medida continúa
siendo virgen y que merecería una atención prioritaria por parte de todos los
poderes públicos. La aplicación rigurosa de ambas leyes, yendo más allá del
voluntarismo político y de la función promocional de buena parte de su
articulado, debería llevar a que en un futuro, espero que lo más cercano
posible, en nuestro Poder Judicial no hubiera individuos como Salas y a que, en
general, la sociedad asumiera como una responsabilidad compartida por todas y
todos la remoción de los obstáculos que continúan impidiendo que ellas
disfruten de la ciudadanía en las mismas condiciones que nosotros.
Mientras que eso ocurre,
no estaría mal que los Reyes Magos le regalasen a Antonio Salas algunos
de los libros que por ejemplo mi querido Miguel Lorente ha escrito sobre el
tema – Mi marido me pega lo normal, El
rompecabezas: anatomía del maltratador - , o incluso algún texto básico para que se vaya
poniendo las pilas como el Feminismo para
principiantes de Nuria Varela. Si a todo eso uniese un par de cafés con los
muchos colectivos de mujeres, y de algunos hombres, que llevan décadas luchando
en este país contra la violencia de género, tal vez terminaría el año
rectificando las declaraciones con las que
ha inaugurado el 2017. Sería una magnífica noticia para la salud
democrática de este país y la mejor manera de contrarrestar el rearme
patriarcal que estamos viviendo y al que
dan alas palabras tan desafortunadas como las del magistrado. Ese que todavía
parece no haberse enterado de que los hombres que maltratan a las mujeres no
son malos sino machistas.
PUBLICADO EN BLOG MUJERES DE EL PAÍS, 4 de enero de 2017:
http://elpais.com/elpais/2017/01/04/mujeres/1483523755_850013.html
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