El cine está lleno de representaciones edulcoradas de las mujeres prostituidas. Ahí están desde Irma la dulce a Pretty woman para demostrarlo, por no hablar de la tramposa y brutalmente machista Princesas de Fernando León de Aranoa. La crítica feminista Pilar Aguilar han analizado con bisturí violeta estas representaciones y a ellas me remito. Véase por ejemplo el trabajo que aparece en el volumen coordinado por Laura Nuño y Ana de Miguel, titulado Elementos para una crítica del sistema prostitucional (Comares, 2017). En esta narrativa, la prostitución es contemplada por supuesto al margen de las relaciones de género, sin ningún tipo de valoración crítica sobre el sujeto masculino que la demanda y, en el mejor de los casos, desde una mirada paternalista que incluso rodea a estas prácticas de una aureola hasta romántica.
Por eso es tan de agradecer que una película como Alanis, no casualmente dirigida y escrita por una mujer, Anahí Berneri, huya de esos clichés y nos muestre un retrato absolutamente transparente, y por tanto brutal, de una mujer prostituida, que además es madre, y a la que el espectador acompaña en su peripecia cotidiana de supervivencia. No estamos ante una película militante, en el sentido de que no es evidente en qué posición se sitúa la autora frente a este "sistema prostitucional". Ella se limita, que no es poco, a mostrarnos la rutina de Alanis y así nos pone delante de la mirada las miserias que soporta y arrastra. Es por tanto el espectador el que finalmente habrá de posicionarse.
El relato que construye Berneri prescinde de artificios, de edulcoramientos, de una mirada complaciente, y en pocas escenas, y con detalles muy precisos, nos cuenta mucho del personaje y de sus circunstancias. En este sentido, cómo se nos cuenta su condición de madre, cómo es el espacio (físico y emocional) en el que encuentra refugio, o, por ejemplo, cómo la vemos en una escena muy dura tener sexo con un cliente, bastan y sobran para que empaticemos con Alanis y para que tengamos muchas claves desde la que tenemos que enfocar nuestra mirada. Un milagro que solo es posible porque la actriz Sofía Gala Castiglione realiza una interpretación prodigiosa.
Supongo que ésta es de esas películas que casi obligan a un debate posterior en el que me imagino múltiples posiciones. La misma Alanis reivindica que lo suyo es un trabajo e incluso vemos cómo prefiere volver a la calle antes que dedicarse a fregar baños. En mi caso, después de ver esta película nada complaciente, sigo pensando que: 1º) difícilmente es posible hallar dignidad en una práctica que instrumentaliza el cuerpo de un ser humano para satisfacer los deseos de otro, todo ello mediado por el dinero; 2º) que es imposible aislar ese juicio de realidad de un sistema de poder - el patriarcado - y de un marco transnacional de negocio y explotación. Es decir, cometeríamos un error si para juzgar la prostitución tuviéramos en cuenta historias particulares como la de Alanis. Por más que mujeres como ellas merezcan todo nuestro apoyo para que finalmente se conviertan en seres autónomos y empoderados. Algo que al menos yo no descubro en la mirada herida de Alanis, a la que vemos siempre en manos de hombres que son los que continúan teniendo poder sobre ella. Lo cual genera discriminación, violencia y dolor. O sea, indecencia. La gran cuestión ética que debería plantearse una sociedad que normaliza prácticas en las que existe un binomio jerárquico entre quien explota y la que, incluso creyendo que es libre, sufre la explotación.
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