La última película de Guillermo del Toro,
que parece destinada a ser la gran triunfadora de los Oscars y que parece haber
puesto de acuerdo a crític@s de cine tan dispares como Pilar Aguilar y Carlos
Boyero, a mí me parece un producto perfectamente fabricado para su disfrute en
la “era Trump” y para que el espectador lo contemple como un ejercicio de
limpieza de conciencias frente al mundo tan horrible que nos ha tocado vivir. En esa
línea creo que entronca perfectamente con esa cursilada llamada La la
la land y cuyo éxito apabullante todavía no he logrado entender. Es
decir, La forma del agua se dirige a las emociones más
superficiales, esas que no requieren un esfuerzo singular por parte del que las
recibe y que permiten salir relajados del cine, como quien se ha reconciliado
con una parte de su humanidad que creía olvidada y aunque luego, casi
inmediatamente, continuemos enrolados en este mundo cínico donde la único
pasaporte hacia el éxito parece ser el “sálvese quien pueda” o, como prefieran,
“maricón el último”. Es una película pues extremadamente blandita,
bienintencionada y que a mí me ha recordado a una especie de catequesis laica
sobre los buenos valores o, mejor dicho, sobre lo que la progresía hoy venida a
menos convirtió en su día en bandera vindicativa.
No seré yo quien ponga en duda las
virtudes formales del producto, desde la fotografía a la hermosa música del sin
embargo cargante Alexandre Desplat, pasando por las buenas interpretaciones o
el pulso narrativo que sin duda tiene el director de la para mí deslumbrante
(ésta sí) El laberinto del fauno. Sin embargo, hay muchas
cosas de la película que no me han gustado y que hacen que no forme
parte de esas historias que uno atesora como el buen vino, es decir, que van
creciendo en el corazón y en la memoria cinéfila. Trataré de explicar por qué
esta película tan aclamada a mí me ha parecido muy tramposa y por qué, al
verla, sentí que me estaban tratando como a un espectador de Disney.
1º) Creo que la mayor habilidad de su
creador es haber mezclado con inteligencia, y ternura, muchos elementos de
historias propias y ajenas. Es decir, poco encuentro de original en lo que
cuenta y en cómo lo cuenta. Lo que veo es una especie de cóctel en el que, por
acumulación, Del Toro pretende convencernos de que nos está contando algo
potente y serio. Yo, sin embargo, no puedo evitar ver en la película una mezcla
de Amelie, ET, La Bella y la Bestia, El laberinto del fauno e
incluso La la la Land. Todo ello sin olvidar cómo recrea,
incluso estéticamente, y a través de la figura del monstruo, la clásica La
mujer y el monstruo de Jack Arnold. Toda esta mezcla a mí me parece un
pastiche bastante cursi, aunque eso sí, resultón. A mí en todo caso
me empalaga como en su día lo hicieron la sobrevaloradas películas citadas, con
la única excepción de la a mi parecer poderosa El laberinto del
fauno. Incluso ese punto de nostalgia que también tiene la historia,
aquí podríamos hablar hasta de un Cinema Paradiso menos
mediterráneo, a mí me incomoda porque parece decirnos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y eso es una solemne tontería y una falsedad que nos paraliza.
2º) Me parece discutible el tratamiento
que Del Toro hace de la mayoría de los personajes, desde mi punto de vista
tremendamente estereotipados. Sucede así con la figura del viejo homosexual, y
de su triste y fallida historia de conquista de joven hetero que le da
calabazas. La condescendencia es en este caso prima hermana de la perversa tolerancia. Por supuesto, esa mirada facilona está también en los estereotipados
personajes masculinos que vendrían a representar el bien y el mal, en ese
escenario de guerra fría que queda reducido a un escenario plano, como extraído
de un libro facilón para jovencitos. Y creo que ese tratamiento
superficial, e insisto, como de lección para preadolescentes (aunque dudo que a
estos les enganche una película como ésta), está en toda la mirada del director
sobre los personajes raros, diferentes, marginados, y por tanto monstruosos,
que habitan la historia. Yo al menos no consigo verlos como seres animados sino
más bien como clichés que le sirven al mexicano para contarnos una fábula que
nos permita dormir tranquilos. No logro extraer de ellos una lectura intensa y
emocionante sobre el valor de las diferencias o sobre lo mal que éstas encajan
en un mundo hecho a imagen y semejanza de los poderosos.
3º) Mucho más controvertido es el
tratamiento que hace de los dos personajes femeninos, tal y como bien ha
explicado Pilar Aguilar en su blog (http://pilaraguilarcine.blogspot.com.es/2018/02/la-forma-del-agua-guillermo-del-toro.html#more) . Yo creo que Del Toro vuelve a caer en la
condescendencia con la que muchos creadores masculinos miran a las mujeres. Y
no solo, que también, porque la protagonista sea muda, sino porque vuelve a
retratarnos a dos mujeres que aunque son capaces de tener voz propia, al final
las condena a ser prisioneras de su destino: una del amor y otra de la vida
mediocre que lleva con un marido calzonazos. Todo ello por no insistir en cómo
queda maravillosamente poner de secundaria cómplice a una negra (la siempre maravillosa Octavia Spencer) - de esta manera
se cubren simultáneamente dos cuotas de lo políticamente debido - o la ternura que despierta, como si fuera un animalillo, un ser con algún tipo de discapacidad.
4º) Como espectador varón no solo me ha
molestado la manera tan ridícula, aunque pueda parecernos tierna, con que se
retrata al homosexual mayor, sino también a cómo de nueve se subraya la
sexualidad masculina centrada en la genitalidad. El pene del monstruo cobra un
protagonismo que no logro entender, salvo para subrayar que la protagonista
mujer, por más que la veamos disfrutando a solas de un orgasmo, necesita lo que
solo puede ofrecerle un hombre de verdad. Aunque se trate de un
monstruo al que ella, gracias al amor, consigue transformar en una especie de
peluche (con pene, eso sí).
5ª) Y, sin duda, el final de la historia
(ATENCIÓN, SPOILER) es lo que resta para mí todo valor a los posibles
resquicios de emancipación femenina que pudiéramos encontrar en la historia. De
nuevo, la entrega por amor, la renuncia a su propio mundo, la eclosión
maravillosa que supone que ella se sumerja en las aguas del romanticismo. En
fin, la lección última de que este mundo no es habitable para seres como la
protagonista y que el amor puede ser la salvación, aunque para ello tenga que
renunciar a su habitación propia, a su trabajo (por más precario que sea) o al
proyecto de una vida autónoma. Suponemos que, gracias al pene del monstruo,
ella será fecundada bajo las aguas y juntos abrazarán la extrema felicidad que
supone tener hijos e hijas anfibios (Espero que esta segunda parte nunca nadie se atreva a rodarla).
6ª) Del mensaje ecologista, no me atrevo a
hablar, porque no acabo de verlo… Salvo el derroche que supone dejarse el grifo
de la bañera abierto durante horas, eso sí, en nombre de la pasión.
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