En su último libro, la periodista Mariola Cubells explica cómo las mujeres de su generación fueron las primeras de este país que no quisieron tener unas vidas como las de sus madres. No tengo yo tan claro que los hombres de esos años hayamos tenido un propósito similar con respecto a nuestros padres. Es evidente que nada tiene que ver, por ejemplo, el ejercicio de paternidad presente que muchos hombres estamos asumiendo con la ausencia generalizada de los padres de antaño. Sin embargo, los datos nos siguen demostrando que las mujeres dedican más tiempo a los trabajos de cuidado, que siguen ocupando mayoritariamente los contratos a tiempo parcial o que en un 84% son las que solicitan excedencias para el cuidado de hijos. A lo anterior habría que sumar cómo todavía hoy los trabajos que implican cuidar continúan siendo los más precarios y menos reconocidos social y económicamente, estando buena parte de ellos en manos de mujeres migrantes que forman parte de unas intolerables cadenas gl
Hay películas que merecen la pena no tanto por sus valores estrictamente cinematográficos sino por la conversación que generan y por su capacidad de responder a un contexto social determinado. Es el caso de la primera película de la británica Molly Manning Walker que debería ser de visionado obligatorio en institutos y centros de educación secundaria. Rodada casi como si fuera un documental, How to have sex es un largometraje que incomoda, que llega a abrumar, que te zarandea como si te estuviera mostrando algo parecido a un infierno. El relato de las vacaciones de tres amigas todavía menores de edad en uno de esos paraísos del turismo de borrachera – la directora rodó en una isla griega al no conseguir los permisos para hacerlo en Magaluf- nos plantea, sin caer en discursos moralistas (salvo tal vez un complaciente final), la realidad en la que viven nuestros adolescentes, en el contexto de eso que se ha llegado a llamar “cultura pornificada” y en el que tanto ellos como ellas,